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Quienes acuden a las llamadas "colas del pan" no son indigentes, sino jubilados, cesantes, familias e incluso estudiantes a los que la pensión o las ayudas estatales apenas alcanzan para llegar a fin de mes en uno de los países más caros de Europa.
La mayor parte de la población finlandesa vive mejor que nunca, según los expertos, pero a la vez existe una creciente minoría que se ve obligada a recurrir a la beneficencia para sobrevivir porque el envidiado modelo nórdico de bienestar ya no es capaz de cubrir sus necesidades más básicas. El reparto gratuito de alimentos, conocido popularmente como "leipäjono" (la cola del pan), surgió en Finlandia a principios de la década de los años noventa del siglo pasado, durante la peor crisis económica que ha sufrido el país en tiempos de paz en sus casi cien años de historia. Finlandia superó esa crisis con mucho esfuerzo y volvió a la senda del crecimiento gracias al impulso de la industria tecnológica, con Nokia a la cabeza, pero las colas del pan, un fenómeno que se creía temporal, nunca llegaron a desaparecer y hoy en día acude a ellas más gente que nunca. Los bancos de alimentos, la Iglesia luterana, el Ejército de Salvación y otras organizaciones benéficas atienden semanalmente, en un país de 5,4 millones de habitantes, a más de 22.000 personas, una cifra que no deja de crecer como consecuencia de la persistente crisis económica. "La situación ha empeorado mucho en los últimos diez años. Cuando yo empecé a repartir comida gratis en 2005 venían entre 200 y 300 personas semanalmente; hoy en día acuden unas 2.600", explica a Efe Heikki Hursti, director de un banco de alimentos situado en Kallio, un barrio obrero de Helsinki. A diferencia de otros países ricos, quienes acuden a la cola del pan no son mayoritariamente indigentes, sino jubilados, parados, familias e incluso estudiantes a los que la pensión o las ayudas estatales apenas alcanzan para llegar a fin de mes en uno de los países más caros de Europa. "Muchas fábricas han cerrado, cada vez hay más gente sin trabajo y los subsidios que reciben de la seguridad social apenas les llegan para pagar el alquiler. Por eso vienen a pedir ayuda", afirma Hursti para describir una realidad generalmente desconocida en el resto del mundo. Su banco de alimentos, uno de los más antiguos de Finlandia, no recibe ninguna subvención estatal y funciona gracias a donativos privados y a las donaciones de comida de empresas de alimentación locales. Hursti, ayudado por un nutrido grupo de voluntarios, atiende varios días a la semana a todas las personas que acuden a él sin hacer preguntas, ya que, en su opinión, "si alguien es capaz de hacer cola en la calle durante más de dos horas, es porque lo necesita". Finlandia arrastra tres años consecutivos de recesión, lo que ha obligado al Gobierno de Helsinki a adoptar medidas de austeridad para frenar el creciente endeudamiento público, entre ellas el recorte de las numerosas prestaciones sociales. Esto ha contribuido a que la brecha social entre los ricos y quienes tienen menos recursos no haya dejado de crecer en los últimos tiempos. Según las últimas estadísticas disponibles, alrededor de 700.000 finlandeses (casi el 13 % de la población) viven por debajo del umbral de pobreza, es decir, que sus ingresos se sitúan por debajo del 60 % de la renta media nacional. De acuerdo a un estudio de la Universidad de Finlandia Oriental, el 44 % de los usuarios de los bancos de alimentos dispone de menos de cien euros al mes para vivir, una vez descontados gastos básicos como la vivienda o la comida, y casi un tercio vive con entre 100 y 300 euros al mes. "Los cimientos de nuestro estado de bienestar tienen deficiencias que se hacen visibles en los miles de personas que llenan las calles formando las colas del pan", afirman los autores del estudio. Y ello a pesar de que en 2013 Finlandia destinó 50.337 millones de euros a prestaciones sociales, el 43 % del gasto público total, según la oficina nacional de estadística Tilastokeskus. El panorama es preocupante, ya que, a falta de una semana para las elecciones generales, casi todos los partidos políticos coinciden en la necesidad de recortar aún más el gasto público -incluidas las prestaciones sociales- para frenar el creciente endeudamiento. "Si finalmente recortan los gastos sociales para ahorrar, como están diciendo durante la campaña, las colas del pan serán aún más largas", advierte Hurst
Exactamente esto es lo que pasa en estados socialista benefactores.
Eventualmente no hay dinero para pagar las prestaciones sociales.
Todos quieren una mejor calidad de vida. Y eso es una aspiración válida. El problema es que eso debe provenir de un esfuerzo y no puede ser garantizado por el solo hecho de existir. Y las generaciones actuales parece que piensan que un nivel de vida determinado es un derecho y no una meta de vida que se obtiene del trabajo duro.
Peor aún, los políticos con sus estupideces hacen pensar a la gente de esta forma y se olvidan de la parte en que los ingresos se deben generar en primer lugar.
Afortunadamente estamos llegando al peak del socialismo redistributivo.
Desafortunadamente eso significa grandes cambios, que parecen ser traumáticos. Que la gente se entere que lo que le fue prometido no va a ser entregado no va a terminar bien….
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