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Carlos Peña…
No sólo algunas personas envejecen mal. También le ocurre a las obras. Y para qué decir a los gobiernos.
Una persona envejece mal cuando además de padecer la herida del tiempo, su carácter se agria. Una obra, un libro por ejemplo, envejece mal cuando sus lectores ya no experimentan el mismo goce que sintieron cuando lo leyeron por primera vez ¿Y los gobiernos? Bueno, los gobiernos envejecen mal cuando se esmeran en sus últimos días por inventarse un pasado, un legado.
En otras palabras, cuando carentes de perspectiva futura buscan en los días que dejaron atrás algo que rescatar.
Es lo que ocurre al gobierno de la Presidenta Bachelet: languidece. Tiene el sabor de la oportunidad perdida, malograda. Y por eso el esfuerzo de estos días por hacer las sumas del triunfo y del naufragio.
¿Es mayor el debe o el haber de su existencia?
Mitterrand solía demandar que se le juzgara por sus resultados.
Cuando se atiende a esta variable en el gobierno de Bachelet, el resultado, no vale la pena engañarse, es más bien magro. Ella gusta decir, en un deslavado recuerdo de Gramsci, que el proyecto que impulsó logró mover el muro donde termina lo posible. Y hasta cierto punto eso es cierto; pero al parecer lo que se vio al otro lado del muro -luego de movérsele apenas unos cuantos centímetros- persuadió a los ciudadanos de retrocederlo un poco. Y es que la retórica y la torpeza que acompañaron a un conjunto de reformas en principio sensatas, acabaron desproveyéndolas de atractivo. Lo que comenzó siendo un intento de introducir criterios universalistas (conforme a los cuales hay ciertos bienes que se distribuyen en razón de la calidad de miembro de la comunidad política) para cambiar un mundo anegado de criterios contributivos (donde cada uno recibe lo que previamente da) se transformó, gracias a la fiebre retórica de algunos de sus intelectuales (y de un ministro) en un proyecto casi utópico, con tintes redentores, que los nuevos grupos medios acabaron mirando con desconfianza.
La retórica de un asalto casi utópico -la retroexcavadora, la ilusión de comenzar de nuevo mediante una convocatoria constituyente, el enjuiciamiento moral del mercado, los augurios de la falta de cohesión, etcétera- no sólo alejó a los ciudadanos sino que, como suele ocurrir con los vagos excesos y las palabras sin orillas, desproveyó de sentido común, de sentido compartido, a la propia coalición gubernamental.
Y el resultado no pudo ser peor.
Si en el primer gobierno de Bachelet despertaron los díscolos (como consecuencia de un flojo control conceptual e ideológico por parte de la misma Presidenta) en su segundo mandato el asunto comenzó mal (ocultando a los partidos) y terminó peor (con partidos desorientados que andan a tientas).
El resultado, el principal de todos, el juicio de los ciudadanos, está a la vista.
La coalición que gobernó durante dos décadas, la más exitosa de la historia política, la que modernizó el país, está ahora dividida, envejecida de proyectos, avergonzada, muda, carente de ideas y de discurso. Creyendo que la forma de conectar con la ciudadanía consistía en teñir de excesos un proyecto sensato, acabó alejándose de ella.
La derecha, por su parte, que tiene razones de sobra para avergonzarse (es cosa de recordar el papel que cupo a sus miembros en la dictadura) camina ahora henchida de orgullo, confiada en que ha logrado interpretar a los grupos medios que miraron al otro lado del muro y prefirieron retroceder.
La Presidenta Bachelet principia así su vejez política con un récord difícil de igualar.
En la historia política será la única Mandataria que logró corroer dos veces seguidas la coalición que la apoyaba y la única que habrá entregado dos veces el poder a la derecha.
Por supuesto este tipo de cosas en política siempre son el resultado de al menos dos factores, la agencia y la estructura, el liderazgo y las circunstancias. Y por eso se antoja injusto culpar a la Presidenta de esos descalabros. Pero a los políticos, como reclamó Mitterrand, hay que juzgarlos por sus resultados, por la forma en que encararon las circunstancias; no por lo que las circunstancias hicieron con ellos, sino por lo que ellos hicieron con las circunstancias que tuvieron ante sí.
Y en eso la Presidenta Bachelet, en la hora de la vejez de su gobierno, queda al debe. La acompañará esa mala nostalgia que consiste en añorar lo que nunca sucedió.
Previo a la entrega de los óscar vi algunas películas nominadas, entre ellas la de Winston Churchill.
Cuando las circunstancias son las de una máquina de guerra ultra poderosa que conquista todo lo que se atraviesa y estás a punto de perder toda tu fuerza militar en una localidad francesa dejando a tu país completamente indefenso (maravilloso cruce de Darkest Hours con Dunkirk) para la conquista y sometimiento, eso representaría momentos en los que los políticos deben asumir y doblegar las circunstancias.
Cuando las circunstancias son las de un país que ha sido exitoso en la mayor parte del tiempo actual y que crece elevando el estándar de sus ciudadanos (disparejamente pero eso es natural), eso no son circunstancias que deban ser doblegadas, simplemente sigues con la corriente y ajustas ciertos aspectos.
Lo que intentó Bachelet es captar a votantes para mantener a sus amigotes políticos un tiempo más en el poder prometiendo puras imbecilidades. Simple y puro.
Lo mismo que Guillier. Ni hablar de Sánchez que raya en la completa irresponsabilidad.
A nadie le interesa el legado de un gobierno, porque, salvo muy contadas ocasiones en registro en las cuales los gobiernos efectivamente han cambiado el curso de la historia, los que realmente construyen el país son sus ciudadanos, sus trabajadores, empresarios, estudiantes y todo el conjunto social.
Nadie se va a acordar de lo que hizo o no Bachelet en 20 años. O de Piñera, o de Lagos, menos de Frei o Aylwin salvo sus más cercanos.
Lo que importa es lo que hizo y avanzó la sociedad. Todos se van a acordar que ganamos un Óscar por una película acerca de un transexual. Lo que refleja el avance de la sociedad chilena hacia mayor tolerancia a la diversidad. Eso es un logro del país ayudado por los jóvenes y la influencia del mundo gracias a Internet sobre ellos.
Otra discusión es hasta donde debe llegar la tolerancia y la correctitud política de no expresar lo que uno piensa.
En fin. Volada de fin de semana previo al súper lunes.
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