Brasil, Estados Unidos, Italia, Rusia o las elecciones europeas en 2019. “¿Cuál es la nueva sorpresa que nos deparará la gente, el electorado, en un sistema en el que nuestros mecanismos de proyección del comportamiento de los grupos sociales están fallando estrepitosamente?”, se preguntaba el domingo pasado el filósofo político español Daniel Innerarity en su charla del festival Puerto de Ideas, en Valparaíso. “La política ha entrado en una zona de señalización escasa”, describía. “Como cuando uno va por una carretera y de repende abandona una ruta bien marcada y entra a un terreno más ambiguo, donde la distinción entre lo que es camino y lo que es campo empieza a ser borrosa”. En su intervención titulada “La política en la era de la incertidumbre”, describió el momento actual: “Hemos pasado de un mundo organizado por categorías binarias –la derecha y la izquierda, lo de arriba y lo de abajo, nosotros y ellos– a un mundo en que estas distinciones no son tan evidentes”.
Probablemente el principal asunto que cruzó los debates intelectuales de este fin de semana en el puerto fue, precisamente, que hoy por hoy existen más preguntas que respuestas. Innerarity decía que probablemente corremos menos peligros que nuestros antepasados, pero enfrentamos “grandes niveles de perplejidad e incertidumbre en relación con el futuro personal y colectivo”. Sociólogos, filósofos y pensadores de todas las latitudes intentan explicarse lo que está sucediendo y el debate se comienza a instalar en Chile: los conceptos del pasado no son suficientes para explicarse el presente.
“Los grandes teóricos de la política –como Alaine Touraine o Edgar Morin– en este momento buscan entender”, señala el sociólogo y doctor en Ciencia Política, Ernesto Ottone. “Porque, ¿quiénes están detrás de cada votación? Hay diferencias muy grandes. Quienes votaron por Trump fueron los de menor escolaridad y los rurales. Eso se volvió a repetir en las últimas elecciones de Estados Unidos. Pero en el caso de Bolsonaro, lo apoyaron las grandes ciudades y gente con alta educación. Entonces: hay mucho que estudiar”, indica el autor de libros como “Gobernar la globalización”. “Se está produciendo una resignificación de los conceptos. Ya no te puedes definir diciendo ‘soy de izquierda’, porque tienes que seguir explicando. Hay izquierdas revolucionarias o reformadoras. El centro tampoco sabemos muy bien lo que significa. Porque ¿el centro de qué? Y, a su vez, hay múltiples derechas: democráticas, autoritarias, nacionalistas, cosmopólitas”.
En Puerto de Ideas uno de los invitados extranjeros estelares fue Alberto Barrera Tyszka, el escritor venezolano que escribió la biografía de Hugo Chavez, crítico del régimen de su país y autor de la famosa novela “Patria o muerte”. En una conversación sobre el populismo con Héctor Soto y Ascanio Cavallo en el Centro Cultural Valparaíso –que alguna vez fue la cárcel de la ciudad–, Barrera Tyszka también señaló que las palabras se estaban quedando cortas para definir la realidad política mundial. “¿Pensar en Cuba o en Venezuela como gobiernos de izquierda, progresistas, distintos, revolucionarios? No me sirve el lenguaje para definir estas realidades. Estamos en un momento de cambios importantes, porque, ¿qué señala eso que decimos izquierda? ¿a qué alude? ¿Y la derecha?”.
Innerarity cuestiona hasta qué punto siguen siendo válidas algunas categorías que, por su forma binaria –como la derecha y la izquierda, los hombres y las mujeres, populismo y antipopulismo, la gente y la casa, el poder y la impotencia– “han tenido hasta ahora una función clasificadora”. “Todo esto se ha llenado de parajodas”, escribe en “Política para perplejos”, su último libro, continuador de “La política en tiempos de indignación”. “Hoy parece que resulta muy difícil saber quiénes son los nuestros, cómo repartir la culpabilidad y la inocencia, por qué no ser un populista no le convierte a uno en un antipopulista, cómo se explica que un país pueda ganar soberanía y perder poder, por qué es tan complicado saber quién manda aquí o cuál es la razón de que la propuesta de una feminización de la política haya sido tan insuficiente”.
En Puerto de Ideas, el filósofo político hablaba de no confiar demasiado de los pronósticos, de no minusvalorar aquello que se aborrece y de “la necesidad de nuevos conceptos para entender la sociedad”. “Tenemos unos conceptos muy anticuados y manoseados…¿Qué significa el término establishment cuando en las elecciones que ganó Macron en Francia había seis candidatos, todos llevaban muchos años en política y todos se presentaban a sí mismos como contrarios al establishmet?”. Algo parecido, señaló Innerarity, puede pasar con el populismo: “Una palabra que ocupamos para designar aquello que no nos gusta. Los populistas son los otros. Todos, menos yo”. Innerarity habló de la necesidad de buscar respuestas: “Lo más revolucionario y lo más transformador sería una buena teoría. En este momento, en que hay mucha energía personal y colectiva perdida en cuestiones que no merecen la pena, hagamos un esfuerzo de comprensión de lo que está pasando”.
A nivel local, los investigadores comienzan a desentrañar la realidad con estudios de resultados llamativos que, precisamente, muestran que en algunos ámbitos se están perdiendo los ejes tradicionales de la izquierda y la derecha. En su reciente estudio titulado “¿Cuán liberales son los(as) congresista en Chile?”, el Laboratorio Constitucional de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales (UDP) hizo una especie de censo a los parlamentarios, con encuestas personales cara a cara y con un 92,4% de respuestas efectivas. Se dividieron en tres campos: liberalismo valórico –la autonomía individual en asuntos como el matrimonio igualitario–, lo económico (Estado versus mercado), y el unitarismo-federalismo. Según explica Claudio Fuentes, académico a cargo del estudio, “la forma en que se organizan las relaciones económicas y sociales, respecto de Estado o mercado, quizás es ‘el’ tema que en el caso de Chile todavía el eje izquierda-derecha funciona y sigue aglutinando a los actores, como un factor ideológico relevante”. “Una izquierda que quiere más Estado y una derecha que quiere más mercado”.
Fuentes señala, sin embargo, que hay tres temas que comienzan a ser menos relevantes y que difuminan las fronteras: “El primero, es el liberalismo valórico, donde encuentras a un partido como Evópoli que marcadamente está por la autonomía individual, pero se encuentra en la derecha. Tradicionalmente, pensábamos que los conservadores estaban en la derecha y los liberales en la izquierda”. El académico añade un segundo elemento: “Unitarismo versus federalismo”. “Históricamente uno podría pensar que la izquierda estaba por la autonomía regional en contra de un conservador de derecha que apoyaba el unitarismo. Pero eso no necesariamente hoy día es un eje ordenador ideológico entre uno y otro sector. Hay partido que son unitarios y centralistas –como el PC–, pero también hay partidos y actores dentro de la derecha que propugnan mayor autonomía”. Un tercer asunto son los derechos de los pueblos indígenas, el debate sobre las identidades: “Si bien hay algo más de representación izquierda-derecha, hay actores dentro del mundo de la derecha que también están por la multiculturalidad”. “Por lo tanto, dice Fuentes, este asunto no refleja los ejes tradicionales”.
Interesante artículo.
En realidad si podemos definir claramente derecha e izquierda y así se divide el espectro político.
La derecha es nuestra propensión a mantener las cosas que nos gustan o sirven como están, y protegerlas. Es la seguridad de lo que ya tenemos y no queremos perder.
La izquierda es nuestra propensión a cambiar las cosas que no nos gustan, o ir por las cosas que no tenemos y deseamos. Es la ambición (o envidia) por lo que no tenemos y queremos conseguir.
Cualquier político de izquierda quiere reformular todo el sistema para que los pobres obtengan lo que hoy no tienen o no pueden acceder, pero no quiere que pierdan lo que ya tienen. Esto es, todos quieren mejorar su posición en la vida sin arriesgar nada de lo ya obtenido.
Cualquier político de derecha quiere mantener las cosas como están y va a proponer medios para que la gente que quiera o pueda se beneficie del sistema organizado en curso sin cambiarlo porque están satisfechos con el. Por injusto, desigual o tiránico que el sistema parezca ser.
El populismo de Trump es simplemente prometer a la gente cosas que van a mantener su estilo de vida actual (no más inmigrantes que amenacen sus trabajos, menores impuestos que dejen más dinero en los bolsillos de todos, etc.). Es populismo simplemente porque existe una mayoría que quiere esas cosas, porque USA es un país rico por supuesto y quieren mantenerse de esa manera.
El chiste para los políticos es identificar el momento específico en el que se encuentra la sociedad y prometer las cosas que van a resonar más con los votantes.
En un país rico, lo más probable es que en algún momento si la gente ve que comienzan a mermar sus ingresos o posición de vida por políticas sociales redistributivas o liberales de izquierda (como inmigración e identidad de género), la derecha va a ganar. Suecia es un caso emblemático hoy. Igualmente Brasil.
En un país pobre, lo más probable es que quien promete cosas que la gente no tiene va a ganar. Eso es bastante simple. De hecho, eso sería populismo o demagogia.
El mix que se agrega hoy y que probablemente confunde a los analistas políticos, es que la gente está harta de la corrupción de la clase política en el mundo. Por eso eligen a nuevas caras fuera del espectro político tradicional, aún cuando sus políticas parezcan extrañas.
BEA es el caso emblemático en Chile. Cero programa, cero inteligencia política o económica, cero argumentos inteligentes y cero propuestas de gobierno accionables. Pero está fuera del establishment corrupto. Por eso la alta votación.
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