El 2018 fue año record en la creación de nuevas empresas: 132 mil nuevos emprendimientos y un crecimiento de 11,9% frente al año anterior. Pero más importante es que el emprendimiento femenino creció un 16%, un dato no menor sobre el que vale la pena reflexionar. Bien sabido es el rol del emprendimiento como motor de la economía y vehículo de movilidad social, pero también es un poderoso instrumento de realización y empoderamiento femenino.
Si bien en diferentes variables bajo las que podríamos medir la actividad emprendedora, los hombres aún tienen mayor predominio, las mujeres han ido acortando la brecha en los últimos años, de acuerdo con el Global Entrepreneurship Monitor. Mientras la tasa de participación femenina en el mercado laboral alcanza un 48,5% según la encuesta nacional del empleo, el porcentaje de mujeres emprendiendo en etapa temprana ha aumentado, llegando a un 41%. La disposición a emprender de las mujeres sigue siendo leventemente menor que los hombres (45% vs 49%), pero la percepción de oportunidades es similar y considerablemente mayor a las mujeres en países de la OCDE. Comparadas con estas últimas, las mujeres en Chile le tienen menos miedo al fracaso (38% vs 45%). Además, en los últimos 10 años el porcentaje de emprendedoras que se paga un sueldo de sobre 400 mil pesos pasó del 45% al 70%. Doble emoticón de brazo sacando músculo y puño para nuestras compatriotas.
Así es como vemos que el importante movimiento de empoderamiento femenino no es sólo un relato social, sino que un fenómeno amparado en hechos y que contribuye directamente al bienestar de sus familias, el mercado y Chile. Y es que, según la radiografía al emprendimiento de ASECH, vemos cómo lograr un balance entre el trabajo y la vida familiar es uno de los atributos más valorados por las emprendedoras. Para el desarrollo es clave la participación femenina en el mercado laboral, pero en uno poco flexible como el chileno y con empresas muchas veces con esquemas de trabajo bastante conservadores, el emprendimiento es una alternativa que entrega flexibilidad horaria, posibilidad de trabajar cerca de los hijos y mejores alternativas de realización personal.
Así es como el emprendimiento femenino está liderando y haciéndose cargo de mejorar las condiciones laborales para las mujeres, dado que las empresas de mayor tamaño no lo han hecho. Ellas están marcando las directrices y sentando las bases para las organizaciones del futuro.
Pero ojo, no pensemos que cuando hablamos de emprendimiento se trata sólo de tecnología y jóvenes. Casi el 60% de las emprendedoras de Chile tiene más de 35 años y sobre el 40% sólo tiene educación escolar. Si bien el porcentaje de mujeres que ha tenido que emprender por necesidad ha bajado al 33% (desde el 37% un par de años atrás), con estos indicadores nos damos cuenta de que el emprendimiento femenino está en el corazón del desarrollo de Chile. Las emprendedoras de este país no son “espejitos de colores” jugando a emprender por deporte, sino que son el sustento de sus familias y quienes hacen la diferencia para que ellas tengan doble ingreso.
Seguir profundizando en el desarrollo de oportunidades y fomento al emprendimiento femenino es imperativo, de cara a avanzar hacia una sociedad donde la familia y trabajo no sean antagonistas, sino un complemento que ayude a hacer un Chile armonioso y con un gran corazón emprendedor.
Hasta hace 50 años, no era necesario que las mujeres salieran a trabajar o “emprender” que es un eufemismo para empleos muy precarios en la mayoría de los casos. Podían quedarse en la casa educando y cuidando a los hijos. El sueldo del jefe del hogar alcanzaba. De hecho, en esas épocas, alguien sin familia era básicamente un paria y estaba condenado a la miseria en la vejez.
Con la llegada del bienestar social, aka socialismo, incluidas las pensiones de gobierno, los impuestos al trabajo hicieron que el ingreso disponible de los jefes de hogar fuera disminuyendo hasta hacer casi imposible mantener los 3 o 4 hijos que cada familia tenía por esas épocas. Y las mujeres tuvieron que salir a trabajar. No por iniciativa propia, en la mayoría de los casos, sino por necesidad.
Hoy es impensable para la enorme mayoría de las parejas el mantener una casa con uno o dos niños sin que los dos padres trabajen. Ni hablar de las parejas separadas, que terminan siendo el 50%+.
Las mujeres ganaron el derecho a trabajar y emprender, y perdieron el derecho a quedarse en la casa y cuidar a sus familias.
No se cual es un mejor derecho en realidad.
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