16 enero, 2023

Columna de Daniel Matamala: Ultraderecha

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@latercera

Suele decirse que “la historia no se repite, pero rima”. Sin embargo, a veces la repetición es exactamente eso: un calco, una imitación trágica.

Es lo que sucede en Brasil. Dos años y dos días después del asalto al Capitolio, hordas de bolsonaristas imitaron la acción vandálica de sus pares trumpistas. Invadieron las sedes de los tres poderes del Estado, copiando la forma de actuar, y, sobre todo, el objetivo: impedir el cambio de mando pacífico, desde su candidato derrotado al nuevo Presidente elegido por el pueblo.

Ni en Washington ni en Brasilia estos fueron hechos espontáneos. Ambos son el resultado directo de las acciones y la retórica de la ultraderecha. Una que usa los métodos democráticos para tomar el poder, y luego deshacerse de la democracia si esta estorba.

El libreto parte por la deslegitimación de las fuentes de conocimiento: la ciencia, la academia, los medios de comunicación, el sistema electoral. Usando el poder de las redes sociales, convencen a sus seguidores de que todo es una gigantesca conspiración: la crisis climática es un invento, la pandemia es un plan siniestro, las elecciones son un fraude.

Todo es mentira, solo la palabra del líder es verdad. Y contra esta amenaza, solo un líder fuerte puede prevalecer. De ahí el desprecio a las formas democráticas y los derechos humanos, y la admiración por los dictadores.

Al mismo tiempo, se atiza el miedo y el odio al que sea percibido como diferente: inmigrantes, homosexuales, minorías raciales. Y, nuevamente, es el líder quien protegerá al pueblo de tales peligros, sin que importe la racionalidad ni la eficacia de las medidas. Basta con que suenen muy severas. (¿Se acuerdan de la promesa del muro para atajar a los “violadores y narcos” mexicanos?)

¿Y en Chile? Este manual ha sido imitado en varios puntos. Hagamos el checklist. ¿Admiración por los dictadores? Kast declara que “defiende con orgullo la obra del gobierno militar”. ¿Negacionismo climático? Su programa de gobierno de primera vuelta en 2021 decía que su origen “hasta ahora no se aprecia” y advertía que la flora y la fauna “deben pagar su derecho a existir y prosperar en manos de sus guardianes”. ¿Pandemia? Habló reiteradamente de una “dictadura sanitaria”. ¿Ataques a la academia? Exigía cerrar la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso, y “eliminar el lenguaje de género”. ¿Desprecio a los derechos humanos? Prometía salir del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, “indulto inmediato” para todos los criminales de Punta Peuco, y “punto final” sobre los crímenes de la dictadura (bonus track: “conozco a Miguel Krassnoff y viéndolo no creo todas las cosas que se dicen de él”). ¿Inmigración? Una zanja. ¿Minorías sexuales? Vivimos una “dictadura gay”.

El punto cúlmine del manual es desconocer los resultados de las elecciones. Trump y Bolsonaro acusaron fraude incluso cuando ganaron, y repitieron la mentira durante sus cuatro años de gobierno. Cuando les tocó perder, el desenlace estaba marcado. Todos mienten, solo el líder dice la verdad. Tres de cada cuatro partidarios de Bolsonaro están convencidos de que él ganó. Lo mismo creen dos de cada tres adherentes de Trump.

¿Qué tan lejos estamos en Chile? Nuestro sistema electoral, rápido y transparente, ha sido siempre valorado por todos los sectores políticos como un orgullo nacional. Kast rompió esa tradición cívica al acusar que “claramente hubo fraude” en las elecciones de 2017, y repetir esa aseveración numerosas veces. En 2021 advirtió que no reconocería una derrota por menos de 50 mil votos, sino que recurriría a los tribunales electorales (finalmente perdió por más de un millón de votos, y admitió su derrota esa misma noche).

Luego, diputados republicanos han continuado esa campaña, con frases como que “el gobierno con toda su maquinaria intentará robarse la elección”, antes del plebiscito de 2022, y difundiendo falsedades sobre el proceso electoral.

Ninguno de estos puntos, por separado, es patrimonio exclusivo de la ultraderecha. También hemos visto en Chile como sectores de ultraizquierda recurren a la violencia, las funas o las teorías de la conspiración. Lo distintivo es que todos estos pasos se reúnan en un manual copiado al pie de la letra para asfixiar el debate público, aprovecharse de la democracia cuando se gana, y destruirla cuando se pierde.

Tras su derrota en segunda vuelta, Kast ha moderado en algo su discurso, buscando reducir sus niveles de rechazo. Sabe que necesita el 50%+1 para ser Presidente. Pero su criatura, el Partido Republicano, se desliza cada vez más hacia el ultrismo: a su bancada le basta con la fidelidad de un segmento radical del electorado para asegurar su reelección.

Para ello, su primer rival es la derecha democrática. Los republicanos moderados fueron los principales blancos de los insultos de Trump, y terminaron marginados, o humillándose frente a él para lograr su magnanimidad. Algo similar pasó con la derecha brasileña, convertida en cómplice de la locura bolsonarista.

También en Chile hemos visto como los políticos de la derecha tradicional son blancos predilectos de la ultraderecha. El Team Patriota los ataca fuera del Congreso, y diputados republicanos los atacan dentro. Acosan, persiguen y “funan” a los “traidores” que siguen las reglas de la democracia, como el diálogo y la negociación.

Un caso ejemplar ocurrió este martes. El Partido Republicano perdió una moción de censura en la Cámara de Diputados. Su reacción fue amedrentar a los parlamentarios de derecha que no votaron como ellos. Luego, su vocero declaró que “si estamos acá es porque no le tenemos respeto a nada ni a nadie”. Luego rectificó, cambiando la palabra “respeto” por “miedo”.

Ese desliz freudiano lo dice todo. Los políticos de derecha están bajo fuego, y deben decidir si alimentan esas llamas, y se condenan a sí mismos a ser el vagón de cola de los ultras, o si defienden su propio espacio como una derecha democrática. Para hacerlo, deberían mirar las experiencias de sus colegas en Estados Unidos y Brasil, barridos por el auge de la ultraderecha.


 

A decir verdad, hace un bastante buen diagnóstico de lo que es extrema derecha.

Que es lo mismo que extrema izquierda. Quieren el poder completo del estado para someter al ganado que somos nosotros, porque ellos saben mejor.

Para ello atacan a grupos minoritarios presentándolos como los enemigos. La extrema izquierda a los ricos, que típicamente fueron judíos, salvo los banqueros italianos en el renacimiento, la extrema derecha a los inmigrantes o más recientemente minorías sexuales y del estilo. Y la venta de pomada es diferente, obviamente. La extrema izquierda quiere el poder completo para llevarnos al shangri la económico, y la extrema derecha lo quiere para proteger nuestras libertades, a cambio de rendir nuestros derechos.

No conozco a Bolsonaro y sus políticas. Pero Kast no es extrema derecha. En Chile no hay partidos de extrema derecha, aún. Si tenemos partidos de extrema izquierda, que ahora están en el gobierno.

Finalmente, son igualas. Quieren el poder completo del estado sobre el ganado. Son unos psychos, ambos extremos.

Lamentablemente, al formar una casta política, terminamos en esa situación invariablemente, querámoslo o no. La única diferencia es a que lado de la moneda ideológica cae esta casta cuando llegan los problemas económicos, que es finalmente donde desatan sus huevadas.

Y, lamentablemente, tener un gobierno de extrema izquierda como el actual casi garantiza que tendremos uno de extrema derecha en el siguiente periodo. Por eso hay que ir por el camino del medio, siempre. Los swings no son tan radicales en ese caso.

Todavía no puedo ver quien ejercerá ese rol, que no es Kast, obviamente.

En lo de no reconocer los resultados, eso es el fenómeno que se da cuando comienzan a salir o alzarse los extremos. Cuando sale gente de centro electa, no one gives a shit…cuando salen extremos, todos comienzan a colocar en cuestionamiento las elecciones, que es la forma de la gente de cuestionar la democracia, o en realidad su estado actual.

Nos ganamos un gobierno de extrema derecha por elegir, o dejar que ello ocurriera, a los buenos para nada que tenemos hoy en el gobierno.

Y eso se debe en buena parte a los medios que alcahuetearon a estos giles y los llevaron al gobierno.

Si tienen que culpar a alguien los medios y periodistas por inflar las tendencias de extrema derecha, son a ellos mismos.

6 comentarios:

  1. La extrema derecha es muy compleja de explicar. Ni siquiera ellos saben lo que quieren económicamente hablando.
    Diría a que tienden a ser partidarios de nacionalizar empresas importantes y no mucho del libre mercado. Pero si creen en el capitalismo.
    Para mi el ejemplo mas representativo es Hungría.

    Aunque he visto hartos votantes de Trump que son medio stalinistas en Twitter. Son personajes curiosos esos.

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    1. Siiii jajajaja es verdad es una especie de proteccionismo/nacionalismo económico protegiendo la industria del país en el ejemplo que das de EE.UU mantener la industria del país y tratar de ayudar a que esta sea competitiva no yendose a China, sino desde EE.UU.

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  2. Y yo que entendía que mientras mas a la derecha se estaba, menos estado se quería.

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    1. Yep, así es, hasta que llegas al extremo por el lado conservador.

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  3. La cultura de la cancelación: "ultra"

    Como han movido los valores de las personas en los últimos 50 años. Si tengo valores y convicciones cristianos y patrios automáticamente me transformo en ultraderecha a pesar de considerar que si bien lo privado es más eficiente, el mercado y el culto mamon (dinero) no son la solución de todos los males de la sociedad y se debe combatir la usura, avaricia y codicia.

    Si denunciamos que los más perjudicados son los más pobres porque trajeron 2 millones de inmigrantes en un mercado laboral de 9 millones. Que saturan los servicios públicos y que se están reemplazando a los chilenos por sus tasas de natalidad.

    Que las "minorías sexuales" no se están comportando como tal si no que están promoviéndose agendas ideológicas principalmente en los colegios para sexualizar y pervertir a los niños.

    Bueno soy ultra man, ultra católico, ultra whatever.

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  4. Propongo que si Matamala o algunos políticos están de acuerdo con la inmigración descontrolada y la solidaridad, propongo que a los que vayan entrando vivan en sus barrios y estudien en los colegios de sus hijos a ver que tal les parece. Miren lo que dice este español...https://twitter.com/i/status/1614304805140271105

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