Este viernes se supo que la imagen que la clase empresarial ha ido, poco a poco, construyendo acerca de sí misma era eso: una imagen.Y es que en la limpia manzana de la amistad empresarial se descubrió un gusano: los empresarios se espiaban. Y la imagen de unidad que el tono, entre sacerdotal y bucólico, de Alfredo Moreno procura expandir y en pos de la cual Rodrigo Álvarez oculta sus heridas, empezó a trizarse.Los empresarios se presentan a sí mismos como hombres de trabajo que están lejos de los avatares, las vicisitudes y las zancadillas de la política. Ellos, por boca de la Sofofa o la CPC, se presentan como el motor del desarrollo y el progreso, personas a las que les duele Chile y que, ajena a las mezquindades de la competencia por el poder, y a las zancadillas de gente zafia y floja, emplean toda su energía y su talento en crear riqueza y producir trabajo.
Es verdad, continúa esta autoimagen, que en ocasiones algunas ovejas negras ensucian la imagen empresarial y estropean el prestigio de los verdaderos empresarios; pero se trataría de ejemplares torcidos, de excepciones que confirman la regla constituida por personas esforzadas e imaginativas, que no temen al riesgo, que ahorran y transpiran por el bienestar de todos (y por casualidad del suyo).En conformidad a esa imagen de trabajo -ajena a lo que sería el verdadero vagabundaje encubierto de la política- la Sofofa se ha permitido denunciar crisis en el Estado de Derecho, anunciar los males de este mundo y del otro por la reforma laboral, criticar con severidad el proceso constituyente, reprender públicamente a ministros y así. Y, por supuesto, todas esas críticas están desprovistas de interés mezquino o ánimo político. El único combustible que las anima no es más que el amor desinteresado a Chile y la preocupación que los embarga de que las trampas y malas costumbres de la política inunden la vida social.Pero en esa manzana tersa y brillante, había un gusano.
El descubrimiento de los artilugios con que, en pleno proceso electoral, y desde hace tiempo, se espiaba a la directiva de la Sofofa, pone al descubierto que la clase empresarial (si se comenzó a hablar de clase política para subrayar su carácter corporativo, ¿por qué no ahora de clase empresarial?) parece poseer, y padecer, las mismas o peores conductas de la maltratada política.Y era obvio.Como otros gremios, la Sofofa es un organismo destinado a promover los intereses de sus asociados, un grupo de presión o de interés que intenta por variados medios influir en el proceso político en la dirección que favorece a sus miembros (y, por un raro azar, también a quienes no lo son). Por lo mismo, descubrir que entre sus miembros se hacen trampas solo debiera extrañar y sorprender a quienes por ingenuidad o interés alimentario creían, o simulaban creer, que en las oficinas de la Sofofa, por el hecho de que se reunía gente de trabajo, preocupada de crear empleo y hacer crecer al país, etcétera, etcétera, etcétera, solo había relaciones de guante blanco y no existían pugnas de poder ni nada parecido a las viejas rutinas del conflicto y el soplonaje.Así, entonces, el principal efecto de este incidente de espionaje, de este fisgoneo al interior de la Sofofa, de esta acechanza, es la trizadura que padece el ropaje discursivo con que el organismo gremial presenta su imagen de servicio y de trabajo esforzado, como si estuviera lejos de las mezquindades y careciera de las pequeñeces que son propias de la política.Por eso cuando Bernardo Larraín Matte comience a pronunciar el discurso de hombres de trabajo ajenos a los conflictos que retrasan al país, etcétera, etcétera, etcétera, o Alfredo Moreno, en el tono pastoril que acostumbra, y del que hizo especial uso en el encuentro del Pequeño Cottolengo, invite a los empresarios a abrazarse durante siete segundos para demostrarse cuánta amistad los une, será inevitable recordar esa escena de Hermann von Mühlenbrock descubriendo horrorizado el artilugio que lo espiaba y repasando desde entonces hasta ahora lo que hizo o dijo sin saber que alguien lo miraba.Y ahora, mientras repasa cada conversación, cada gesto y cada movimiento suyo ejecutado en la soledad falsa de su oficina, confirma lo que siempre supo: que sí, que así era el organismo que dirigía.
Obviamente se debe establecer quien o quienes son los responsables de la instalación de estos aparatos de espionaje antes de sacar conclusiones.
Que es justo lo que hace alguien que se supone es (o debería ser) referente de la “imparcialidad”, dado su cargo de rector de una universidad.
Inducir que es un espionaje entre empresarios, y desde ahí elucubrar una serie de juicios de valor con esta base cae muy cerca de las falacias lógicas a las que debería estar acostumbrado un académico.
Una de las cosas más importantes que se pueden aprender de estos empresarios cuando trabajas o interactúas con ellos de manera más cercana es lo siguiente:
Son personas normales. Con virtudes y defectos muy comunes. La única diferencia notoria es la voluntad y confianza en si mismos de tomar riesgos y dar saltos de fe para hacer cosas por su cuenta y no siendo empleados.
Me da la impresión de que se les asigna (o se quiere) un estatus casi todopoderoso, desde el cual pueden influir de manera directa el devenir de la sociedad y la política a su discreción.
No es así.
A la mayoría no le interesa ni siquiera lo que pasa en la política salvo con la modificación de grandes leyes, como la laboral o la tributaria. Más allá de eso, son ciudadanos opinando como cualquier otro de las tonterías de los gobiernos.
El problema son las grandes corporaciones y conglomerados, a los cuales definitivamente no les gusta la competencia.
Y por lo tanto estos grandes conglomerados son los que promueven más leyes y más regulaciones impositivas que impidan mayor competencia, a la vez que cabildean “loopholes” tributarios que impidan que paguen por esas nuevas regulaciones lo que el resto que quiera entrar a competir tiene que hacer.
Eso es lo que hay que evitar. Que los políticos sean corrompidos por estos grandes grupos de interés para influenciar leyes con "salidas traseras” para ellos.
Ese es el gran secreto de los cabilderos y el dinero y la política.
No promueven leyes para beneficio propio directo. Eso es muy infantil. Promueven leyes para perjudicarse y a la competencia vía mayores costos o trabas o regulaciones. Pero compran las influencias para saltarse esas leyes o barreras (impuestos y costos) por medios “lícitos”.
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