18 marzo, 2018

Andrea Ocampo: “En Chile creen que las gordas no somos deseadas y que tenemos que conformarnos con los peores hombres”


@latercera

De vez en cuando llega un mensaje, y cuando eso ocurre, duele. Aunque cada vez duele menos. Han pasado 34 días desde que ese mensaje llegó. Una vez más, era de un desconocido. Un hombre, menor de 30, que depositaba su verborrea en el buzón de Facebook de la filósofa y comunicadora Andrea Ocampo (32). Partía así: “Juit juiu. Ah, te la creíste, pendeja. Ella, la más esbelta. La modelo, pero XL”, y terminaba así: “Menos mal que no protestaste en pelota (…) Igual vamos por su ‘tocomple’, ¿o me vienes con que estás a dieta?”.

Llegó a las 18.56, y no fue el primer mensaje que recibió ese día de un desconocido. Cuatro horas antes hubo otro del mismo calibre: “Soy care raja”, decía, “de veras que tú eres esbelta”. Ocampo lo leyó en la oficina en que trabaja, donde maneja las comunicaciones de Londres 38, el sitio de memorias del ex centro de torturas que operaba la Dina. Quedó impávida, sentada frente a su computador, sin entender el origen de la ofensa. Hasta que alguien, después de que ella publicó el mensaje en sus redes sociales, se lo explicó: una página web había publicado ese mismo día el extracto de una pequeña entrevista que le hicieron en una revista digital hace siete meses, en la que ella decía que gustaba cada vez menos del hombre chileno, porque éste se cuidaba poco. Esa acotada frase no hizo ruido el día de su publicación, pero ahora sí.

Inmediatamente reunió a quienes trabajan con ella para hacer un control de daños y explicarles que esto era cíclico, que cada vez que tenía una intervención pública la insultaban por su peso. Mientras sus compañeros se pusieron a disposición de lo que necesitara, sus redes sociales ardían con mensajes de apoyo e incluso de defensa ante los insultos que se propagaban en la web.

¿Llega un punto en que normalizas esta violencia?

No, pero tampoco la patologizo. Esto fue fuerte y sorpresivo, pero cuando recién empecé a escribir en blogs y revistas fue mucho más duro. Debe ser porque también eran las primeras veces en que yo me enfrentaba a la violencia sistemática que se evidenciaba en internet. Tiene que ver con eso, pero también con una serie de conductas extras offline de mis pares, porque desde chica he sido el punto blanco de burlas.

Además de declararte de izquierda y feminista, has decidido llevar la causa de la mujer gorda que es capaz de ayudar a otras como tú. ¿Te agota hacerle frente a la violencia?

Hoy no. Me pasan cosas, a veces se me hace difícil, pero por cada vez que me pasa algo público donde se me cuestiona por mi gordura, me llega una ola de mensajes buena onda y también otros muy dolorosos de niñas que me cuentan sus agresiones en los colegios o casas. Son niñas que se identifican conmigo, y ahí es cuando pienso que lo que me pasa a mí es mucho más común de lo que pensamos y que está invisibilizado. Los cuerpos gordos están expuestos a la crítica de toda la gente, son cuerpos que todo el mundo ve, que todo el mundo juzga y de los que opinan mucho, pero al mismo tiempo la gente no quiere que existan.

¿Qué te dice tu familia por tanta exposición?

Vengo de una familia en donde todas las mujeres son como yo. Me apoyan, y pareciera ser que ya están acostumbrados a que cada cierto tiempo se me juzgue por mi físico. No es algo nuevo, se arrastra desde mi infancia.

La niñez de Andrea Ocampo se trató, en parte, de estar a dieta infinitas veces. También de pasar doctor por doctor para saber si podía operarse, a qué se debía su gordura y si ésta terminaría en algún momento. De adolescente se dio cuenta de que la ropa de moda no existía ni existiría jamás en su talla. Las invitaciones de sus compañeras de curso para conocer niños de otros colegios no llegaron nunca. Las burlas por su físico cada año iban subiendo más de tono.

Aunque no todo fue bullying. Hubo un elemento que la ayudó a conocer el mundo del que sus pares la marginaban: los libros. Cada uno que empezaba a leer se convertía en un cúmulo de experiencias ajenas que sus ojos repasaban como si fueran propias y le ayudaba a entender el machismo, la discriminación y las posibilidades que tenía socialmente a sus 18 años. Luego, conoció personas afines con sus intereses, entró a estudiar Filosofía -partió en la Arcis, terminó en la UC-, a leer literatura feminista, se convirtió en columnista de la extinta Zona de Contacto y entró a talleres literarios que la motivaron a tener blogs y a hacer colaboraciones en sitios donde, pese a sus habilidades, lo que escribiera se convertía en un “¿qué opinas tú, guatona?”.

¿Cuánto te duró el descontento más profundo con tu cuerpo?

Toda la adolescencia. Yo viví un cambio cultural, además. Crecí en la población Juan Antonio Ríos, en Independencia, fui a un colegio público, y siendo adolescente mis papás se cambiaron a Ñuñoa y a mí a un colegio privado de mujeres. Mis compañeras cantaban canciones en inglés y yo me había quedado en Esperando nada de Nicole. Iba atrasada en todo. Y si bien yo siempre tuve buena relación con ellas, me evitaban en asuntos sociales, porque sabían que yo no le iba a gustar a nadie. Igual, no me importaba mayormente, porque empecé a leer mucho y a abstraerme, pero era complejo sostener la autoestima cuando pasaban cosas de las que yo no era parte por el físico que tenía. A esa edad, sobre todo, en que necesitas que alguien te diga que vas a sobrevivir y que todo va a estar bien si te reconcilias contigo misma.

¿Y tú estás reconciliada?

Si no fuera así, no trabajaría con mi cuerpo.

De noche es cuando eso más sucede. Extensiones rubias y moradas caen por el pelo de Andrea Ocampo. Usa pestañas falsas, maquillaje pronunciado, lunares falsos y un prominente delineado labial. Parece diva de performance teatral. El look preciso que ella adopta para poner música en diversos pubs de Santiago. Petos, calzas ajustadas y colores brillantes son su outfit y lugar más seguros.

Pareciera que ya no te entran balas, ¿o no es así?

Me entran a veces, pero se me salen rápido.

Ocampo al desnudo

El episodio de violencia de este año es uno más dentro de un historial. En 2009, cuando Ocampo lanzó su libro Ciertos ruidos, nuevas tribus urbanas chilenas, fue la primera vez en que los insultos se hicieron masivos. “Qué vas a escribir tú, gorda”, recuerda que le decían. Luego ocurrió en 2016, cuando a un año de volver a Chile desde México -donde vivió un año-, un canal de televisión la entrevistó por investigaciones que realizaba sobre el reggaetón en Chile. Entonces, la identificaron como una “experta en reggaetón”. Las redes sociales explotaron, ahora con Twitter incluido: subían fotos de ella y mensajes alusivos nuevamente a su gordura.

Ocampo, hasta entonces, pocas veces se defendía.

Una invitación llegó el 6 de abril del año pasado a su celular. La propuesta era osada: una sesión fotográfica al desnudo para una emblemática sección de Revista Viernes. Ella dudó. Pensó en la exposición a la que se iba a someter y la provocación que significaría para varios que desde hace años se burlan de su peso. “Esta soy yo; mis rollos, mis pliegues, mi cuerpo tremendo, y tienen que aceptarlo”, dice que pensó mientras se convencía de dar el sí. Y lo hizo. Tuvo una sesión de cuatro horas posando envuelta, primero, en una bata, y posteriormente desnuda. Las imágenes, sin embargo, nunca fueron publicadas, y tras una fuerte polémica entre Ocampo y la revista le ofrecieron publicar sólo la foto en que salía tapada. Pero ella se negó. “He pensado mucho en esto, y creo que los cuerpos gordos somos excluidos socialmente, y esto también les pasa a los hombres, aunque en los medios sí se ven hombres gordos que pueden ser rostros. En mujeres no. ¿Cuáles son los cuerpos gordos de la televisión hoy? La doctora Cordero y Patricia Maldonado”, dice.

De atrevida saliste trasquilada, ¿no has pensado en guardarte de la opinión pública?

No. Yo soy insobornable ante la violencia digital. Me he preparado para esto. Siendo estudiante de Filosofía fui ayudante de Guadalupe Santa Cruz, que había sido del MIR y fue torturada durante la dictadura. Ella era de las feministas antiguas que hacía clases sobre el tema y empoderaba a otras mujeres, y así me empoderé yo. Si me buscan me van a encontrar, y me van a encontrar preparada, porque llevo años entrenándome para entender la violencia y así poder enfrentarla. Mira, tengo hermanas chicas que son gordas, fui una niña gorda que no tuvo a quién acudir, y por eso cuando hay niñas que me escriben yo las ayudo, las escucho, las oriento. Mi rol es no fallarles.

¿Qué cosas te escriben esas niñas?

Me preguntan dónde pueden comprarse sostenes, ropa, cosas sobre autoestima, me preguntan cómo superar las burlas y cómo empezar a quererse. Y yo tengo que responder, porque ese es el rol social de una comunicadora.

Pero haciendo eso te inmolas también y te hace ser una especie de mártir de la gordura. ¿Por qué seguir haciéndolo?

Sí, es atroz, pero lo hago porque trabajo con y desde mi cuerpo: pongo música en lugares, desafío el canon y me visto como se me da la gana para llamar la atención sobre la existencia de los cuerpos gordos. Antes de entrar a estudiar, mi cuerpo me parecía vergonzoso, pero después me di cuenta de que no puedo no hacerme cargo de lo que estoy viviendo. Sería raro que yo defienda los derechos de las mujeres negras sin antes hacerme cargo de mis propios derechos como mujer gorda; gorda de izquierda, independiente y feminista.

¿Deberían hacer un mea culpa las mujeres que te han juzgado por tu cuerpo y que hoy se llaman a sí mismas feministas?

No sé si esperar un mea culpa de mujeres que agreden o agredieron a otras mujeres, pero sí creo que las que son victimarias lo están siendo porque también son agredidas. Finalmente, ocupan los mismos mecanismos de opresión que están aplicándoles a ellas y quizá el único modo de comunicación que tienen es la misma violencia.

¿Esto que te pasa tiene una salida?

Ha habido avances. En Londres 38 estoy aprendiendo a trabajar como colectivo político. Les tengo fe a estos tiempos. Es increíble tener a Beatriz Sánchez, una candidata que asumió que su candidatura era feminista. Eso es un aporte. Mi tendencia, últimamente, ha sido rodearme de mujeres fuertes para armar un gran movimiento que ya está articulado. Y eso es una ayuda para todas las mujeres.

En Chile la discusión pareciera estar subvalorada: “No pierdas tiempo en eso”, “no los tomes en cuenta”, aconsejan algunas personas. ¿Ha sido una opción para ti?

No, porque el silencio perpetúa los círculos de violencia. El vecino que se queda callado cuando le pegan a su vecina todas las noches es cómplice, y esto es igual. Si no me importa la violencia que recae sobre mí, ¿a quién le va a importar?

Distintas

El miércoles, Ocampo agregó otro punto en este nuevo episodio de burlas. Durante la mañana se dirigió a la Corte de Apelaciones de Santiago, acompañada de cinco mujeres, para poner un recurso de protección contra los medios digitales que festinaron con su obesidad. Reclama que vulneraron su derecho a la honra e integridad sicológica. “Esto tiene que marcar un precedente respecto de la violencia cibernética”, dice.

¿Qué es lo que más te llama la atención del actuar de dichos sitios de internet?

Que se siga creyendo que las gordas tenemos que estar ocultas o que no podemos elegir con quién estar. En Chile creen que las gordas no gozamos, que no somos deseadas y que tenemos que conformarnos con los peores hombres.

¿Cómo se puede revertir eso?

Yo trato de hacerlo caricaturizando a la caricatura. ¿Me encuentran monstruosa? Bueno, voy a ser más monstruosa. Busco estilos, me disfrazo y me embalo tratando de ser otra cosa que no sea el prototipo de mujer que esperan de mí. Pero hay algo más: las que estamos pudiendo decir cosas somos las mismas que recibimos la mierda, y en vez de victimizarnos, lo utilizamos para hacernos un espacio distinto donde podemos integrar a personas que están siendo víctimas de distintos tipos de violencia, como una.
¿A qué te refieres con utilizar las crueldades para armar una voz propia?
A que no voy a dar un pie atrás: pienso desde mi cuerpo gordo para ayudar a otras como yo. Soy panelista de un programa con Natalia Valdebenito y Alejandra Matus y tengo que aprovechar esa tribuna de mujer pensante para ser portavoz de otras personas. Algo está zanjado desde este último episodio, y es que no voy a dar pie atrás a la hora de enfrentar a quien quiera insultarme a mí o agredir a otra mujer.

(Me llamó la atención este post porque apareció muchas veces destacado en mi feed de twitter y por lo tanto me pareció interesante de leer y opinar)

Estamos en una sociedad en la cual, teóricamente, existe libertad de expresión. Si no te gusta lo que opinan de ti, o dejas de opinar o expresar ideas que provocan las reacciones que no te gustan, o te aguantas y desarrollas una piel más gruesa. Y si crees que lo que opinan de ti te provoca un daño comprobable, está la justicia para eso.

Lógicamente insultar a alguien por el placer de insultarlo en redes sociales no es algo de buen gusto, sin duda alguna. Pero si lo quieres hacer tienes todo el derecho de ello. Como participante de las redes sociales, estás sujeto a que si opinas insultando o menoscabando a otros, tienes que estar dispuesto a recibir de vuelta. Igualmente si expresas ideas o conceptos, impopulares o no. En realidad como participante de la sociedad en la cual se respeta la libertad de expresión.

Había visto en videos y entrevistas en otros países, más bien de habla inglesa, este tipo de personajes. Feminazis que creen que solo por el hecho de ser mujeres tienen derecho a que la sociedad no solo las acepte en cualquier condición, que parece bien y razonable, no, la sociedad tiene que amarlas. Es su prerrogativa. Y por añadidura deben tener todo lo que tiene el resto sin importar los méritos o el esfuerzo. Igualmente solo por ser mujer.

Pues no.

No puedes obligar a otros a que les gustes. Menos que te amen.

Tampoco puedes forzar el resultado de las recompensas sobre tu trabajo o esfuerzo. Al menos no por ser de determinado grupo.

Tienes derecho a demostrar con acciones (no con palabras) lo que vales y recibir la recompensa por ello. Y tienes derecho a buscar el amor y la felicidad.

Si solo fuera un grupo minoritario no habría problema. Pero se está adueñando esta “identidad” de género y narrativa de “supremacista blanco” privilegios masculinos, patriarcado y demás del estilo de absolutamente todo.

Hasta de amadas sagas como Star Wars.

Shit…

Hablando físicamente…

Los hombres gustamos de estas mujeres…

Imagen relacionada

Se llama genética y evolución. Cuerpo sano, proporcional y adecuado para concebir y cuidar de los hijos. Mientras más cerca una mujer esté de esto (en occidente, en Asia son un poco diferente los cánones), más atractivo es para los hombres. Y esos cánones de belleza se han mantenido iguales por milenios. Porque belleza es salud y ser apto para las funciones biológicas que la naturaleza comanda.

Y las mujeres gustan físicamente de esto.

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Cuerpo sano, proporcional y adecuado en fuerza y velocidad para cuidar a la pareja e hijos de los peligros físicos del entorno y de proveer lo necesario para la supervivencia.

Mientras más te acercas a estos cánones físicos, más atractivo eres físicamente para el sexo opuesto. Mientras más te alejas, menos atractivo.

Al menos hasta que no vivamos en una nave espacial de Big N Large por 700 años.

Obviamente hay cosas adicionales tanto o más importantes que el físico. Personalidad, inteligencia, simpatía, carisma, encanto, talento, etc, etc.

Pero en el ámbito físico, estos son los parámetros objetivos de belleza. Guste a quien nos guste.

Tenemos la misión de acercarnos a esos estándares cerrando la boca y levantando algo de fierros, o desarrollar personalidad y carácter que compensen los defectos físicos. No solo por un tema de conquista, sino porque es la misión de toda persona, supongo, el convertirse en la mejor versión de uno mismo. Física e intelectualmente.

Y ese es mi problema con est@s guerreros de justicia social, lo que eso sea que signifique. No luchan por ser la mejor versión de si mismos. Ni ellos ni la sociedad. No. Luchan porque su pereza o falta de voluntad o fortaleza de mejorar (y madurar) sea aceptada y recompensada. Y quien no acepta lo que ellos creen son supremacistas o privilegiados. Si eres una mujer atractiva, privilegio de las delgadas. Si eres rico y blanco, privilegio blanco. No vas al gimnasio y te revientas con algunas series y comes ensaladas por un tiempo. No. Te sacas fotos embarazosas y dices que te sientes orgullos@ y quien no lo acepta, critica o insulta es un cavernario misógino que no merece tamaña calidad de mujer.

Todos engordamos, envejecemos, nos achicamos, nos ponemos calvos y en general resentimos el paso del tiempo, los asados y cervezas. Pero eso no significa que nuestros parámetros de belleza cambien. Cambiamos nosotros.

C’est la vie…

2 comentarios:

  1. desde mi punto de vista la obesidad es una enfermedad, o como mínimo precursora de muchas otras enfermedades, siendo la más destacada la diabetes tipo B, enfermedad cardiovascular, etc. Y por lo que dice ella, intentó tratar su obesidad desde chica. No puede ser que se publicite como algo sano la obesidad, porque dentro de unos años estaremos como en EEUU con respecto a ese tema.

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    1. De acuerdo, pero no es muy efectivo para revertir decirle a alguien que la obesidad es mala para su salud. Si así fuese no existirían médicos que fumen. Es más rudo tal vez, pero mucho más efectivo ir por el ego.

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