@DF
Hace casi una década que este columnista viene advirtiendo que nuestra obsesión por la igualdad era incompatible con los equilibrios macroeconómicos. A los economistas neoclásicos, es decir, casi todos, esto les puede sorprender, pues a fin de cuentas no hay nada en los modelos que usualmente utilizan que indique algún tipo de correlación entre ambas cosas. Pero la economía política es otra historia. Hace tiempo Ludwig von Mises enseñó que son las ideologías las que definen el devenir de las sociedades, idea en la que Friedrich Hayek insistió hasta el hartazgo y que el Nobel de economía Douglass North confirmaría con sello científico. Según North, “los economistas tienen poco a nada que decir acerca de las ideologías y menos aún acerca de cómo afectan el desempeño económico”. Si nuestros economistas hubieran tomado en serio esto habrían visto venir hace mucho tiempo que el discurso igualitario endosado por casi todos, incluyendo políticos e intelectuales de derecha, iba a terminar cambiando la opinión pública hasta que el consenso en torno a mantener el sistema de economía social de mercado de las últimas décadas terminara por quebrarse. Hoy, el eje de la discusión no se centra en la creación de riqueza y la libertad individual sino en la redistribución de la misma y la igualdad. Como consecuencia, el éxito económico es visto con sospecha, el lucro se ha demonizado y el sistema en su conjunto es condenado por inmoral. Y es que, como explica North, las instituciones de un determinado país requieren de un “sense of fairness” que las respalde. Sin una sensación extendida de que el sistema y las reglas del juego son justas es cuestión de tiempo para que éstas sean cambiadas. Para evitar el avance de políticas estatistas hay que trabajar entonces sobre las percepciones que la gente tiene del sistema. En otras palabras, la realidad no basta pues las ideologías, como escribió el mismo North, “son materias de fe antes que de razón y subsisten pese a las abrumadoras pruebas en contrario”. En Chile, discursos ideológicos engañosos cambiaron el “sense of fairness” inclinando a parte importante de la opinión pública hacia la idea de que el sistema es injusto por crear desigualdades y beneficiar a unos pocos. Esto inevitablemente legitima la intervención estatal para “corregirlas” por la vía de garantizar “derechos sociales” a todo el mundo, algo totalmente incompatible con un país que pretende mantener equilibrios fiscales. A diferencia de lo que pensaron muchos intelectuales que hoy reman para atrás al ver el desastre que ha significado este gobierno, una vez que se emprende el camino redistributivo es casi imposible detenerlo. La economía política se transforma poniendo los incentivos a la clase gobernante para salir electa apoyando gasto a destajo –véase la gratuidad apoyada por RN contra toda lógica técnica- y los grupos de interés se movilizan como nunca antes para proteger con mano de hierro los beneficios obtenidos y conseguir nuevos. Todo esto ocurrió, hay que insistir, porque se perdió la batalla de las ideas. Como muestra el último estudio del PNUD, la desigualdad en Chile nunca ha sido más baja pero la preocupación por ella jamás ha sido más alta. Parte fundamental de esta paradoja se explica sin duda porque muchos empresarios, tal vez acomplejados por su éxito, hicieron poco y nada por defender principios e incluso endosaron el discurso redistributivo. Chile no cayó así en la esotérica “trampa de los ingresos medios” como creen muchos economistas, sino en la fatal ignorancia y la falta de coraje de su liderazgo para defender los fundamentos morales y conceptuales del sistema de mercado que lo hizo exitoso. Si hubieran leído a Hayek, Mises o North sabrían que no solo de malls vive el hombre y que la esencia de la lucha por el futuro de un país se juega a nivel de narrativas más que de consumo. Si queremos tener una mínima opción de revertir la tendencia estatista actual en el largo plazo y cambiar el “sense of fairness” igualitarista predominante, los empresarios deben tomar en serio las palabras de Milton Friedman quien advirtió sobre el “impulso suicida de la comunidad empresarial” y aconsejó evitar a como dé lugar poner fichas en quienes han buscado minar el sistema desde la academia, los medios de comunicación, la cultura, las iglesias, las ONG y las demás instancias formadoras de opinión.
Me parece que el diagnóstico de Kaiser es malo en términos de lo que puede o no hacer una guerra de ideas. Cada vez que existen clases políticas que viven de los impuestos de otros, y de ser elegidos en cada iteración, la tentación de comprometer cosas para ganar votos es superior al sentido de responsabilidad. Pensar que una batalla de ideas va a cuadrar a políticos a cuarteles de responsabilidad fiscal y sensatez económica es muy, muy ingenuo.
No existe forma de combatir esta corrupción mental. Debe colapsar el sistema para reformarlo desde las bases. Y la forma de colapsar no es (esperemos) catastrófica al estilo Venezuela. Es simplemente que la clase política sea absolutamente desprestigiada al punto de no contar con ninguna credibilidad ni representatividad para realizar nada y por lo tanto colapse por la falta de cumplimiento o el intento de sus compromisos.
Hay que entender que los políticos usan algo que es muy seductor para las masas. Y es la promesa del beneficio o satisfacción inmediata sin consecuencias, solo lo sentirán aquellos quienes han sido previamente catalogados como abusadores y por lo tanto es justo que se les quite dinero para la propia satisfacción y beneficios.
Es imposible romper este círculo de manera preventiva. Las promesas idiotas y dulces le ganan siempre a las verdades amargas. Solo basta con camuflar lo idiota con algo de sentimentalismo y apelar a la justicia, igualdad, fraternidad, o los niños…quien se preocupa de los niños¡¡
En un nido de víboras como lo es la política es imposible que un conejo triunfe o haga cambiar las cosas.
No estamos lidiando con gente que quiere lo mejor para el país o la sociedad. Estamos con gente que quiere lo mejor para si mismos y van a defender el status quo con dientes, muelas y tanques de ser necesario.
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