@latercera
Hasta el 16 de junio de 2015, cuando descendió por las escaleras mecánicas del patio interior de la Trump Tower rodeado de actores pagados, con camisetas con el eslogan “Make America great again!” (“¡Hacer que América vuelva a ser grande!”), e inició su esfuerzo para convertir al gentilicio mexicano en sinónimo de violador y traficante de drogas, muchos en Estados Unidos no lo tomaron en serio.
Era, sí, un empresario exitoso, “un millonario económicamente sitiado”, como escribió la columnista Gail Collins en The New York Times, pero sus declaraciones públicas solían ser desatinadas (había sugerido, por ejemplo, que Obama nació en Kenia y no en Estados Unidos), y sus constantes cambios de opinión (sobre aborto o migración) lo convertían en un candidato muy frágil. No va a durar mucho, pensó el consenso general.
Se equivocaron.
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Hace tiempo se escribió que Donald John Trump (1946) pretende ocupar la Casa Blanca y dirigir al ejército de Estados Unidos y sus armas nucleares por una humillación.
Ocurrió en la cena para corresponsales de 2011 de la Casa Blanca, donde políticos y periodistas apiñaron sus egos en la sala más elegante del Hilton para alardear, atiborrarse y elucidar, de nuevo, quién ostenta más sentido del humor: acaso el presidente de Estados Unidos o Seth Meyers, el comediante contratado para la ocasión.
Esa noche, Obama decidió, con el apoyo de sus redactores de discursos, que había llegado el momento de gastar algunas bromas a expensas de Trump, que había encabezado los esfuerzos por deslegitimarlo al poner en duda su lugar de nacimiento.
Días antes, el estado de Hawái emitió el acta de nacimiento de Obama, lo que confirmaba (en caso de que alguien lo dudara) que había nacido en un hospital de Honolulu. El presidente bromeó en su discurso y dijo que estaba dispuesto a ir “aún más lejos” y divulgar su “video de nacimiento”. Esa noche, los comensales del Hilton vieron un fragmento de la película El rey león.
Obama sabía que Trump estaba en la sala, sentado en la mesa del Washington Post. Y lo destrozó.
“Sé que últimamente ha armado cierto revuelo, y que nadie se siente más orgulloso que Donald de haber despejado, por fin, el enigma del acta de nacimiento”, dijo Obama, mientras cientos de ojos se posaron en Trump.
“Ahora, al fin, puede volver a temas de mayor trascendencia, por ejemplo, ¿el alunizaje fue un simulacro? ¿Qué ocurrió realmente en Roswell? ¿Dónde están Biggie y Tupac?”, remató el presidente.
Trump, según una crónica del escritor David Remnick, frunció el ceño, tensó la mandíbula y apretó los labios. “Estaba profundamente disgustado. Lo suyo no era sonreír y tomar las cosas con ligereza. Y se notaba”.
El hombre de ego rampante, con fondos holgados y más necesidad de atención que un recién nacido, lo ha negado. Incluso, la misma historia se ha encargado de ocultar la escena: la noche que Trump fue humillado por Obama frente a los periodistas pasó a segundo plano cuando el presidente anunció, horas más tarde, que un equipo de las fuerzas especiales de Estados Unidos había matado a Osama bin Laden.
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Hay dos momentos distópicos en la cultura pop norteamericana en que Trump asoma como figura presidencial. En el primero, el conocido documentalista Michael Moore dirige un videoclip para la banda Rage Against the Machine en 1999, en donde aparece un simpatizante que sostiene una pancarta que predice: “Donald J. Trump for president 2000” (1:04).
La canción se llama “Sleep now in the fire” y el registro fue grabado en directo frente al edificio en que funciona la Bolsa de Nueva York, donde banda y director fueron detenidos por desórdenes públicos:
El segundo momento corresponde a un capítulo de Los Simpson aparecido en el año 2000, llamado “Bart to the Future”, donde Lisa es el orgullo de la familia, luego de suceder a Trump como la primera presidenta electa de Estados Unidos.
Sin embargo, en 1987 Pat Nixon, esposa del ex presidente Richard Nixon, vio algo por televisión que capturó su atención. En la biografía Nunca es suficiente: Donald Trump y la búsqueda del éxito (St. Martin’s Press), el escritor Michael D’Antonio reveló que Trump recibió una carta del ex presidente, luego de participar en un programa de televisión en donde comentó qué lo afligía del país: “No vi el programa, pero la señora Nixon me dijo que usted estuvo sensacional… Como se podrá imaginar, ella es experta en política y pronostica que el día que usted decida postularse para la presidencia, ¡ganará!”.
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“Soy realmente rico”, le gusta decir a Trump. O en su versión extendida: “Parte de mi belleza es que soy muy rico”.
Hablador fatuo y hábil en el arte de no decir nada, vestido con trajes azul marino y corbatas de tonos primarios, con un peinado de alto mantenimiento y un color rosa tan suave que no existe en la naturaleza, saluda a cada asamblea con una declaración de amor y felicita al público por ser tres veces más numeroso de lo que es en realidad.
Es sabido que Trump habla de sí mismo en tercera persona: “Nadie será más duro con ISIS que Trump”; “le está yendo tan mal a Rand Paul que piensa que tiene que salir a atacar a Trump”; “Missouri acaba de confirmar la victoria de Donald Trump”; cuando un manifestante que gritó en repetidas ocasiones: “¡No todos los mexicanos son violadores, no todos los musulmanes son terroristas!”, fue escoltado a la salida por policías, Trump dijo: “Parece un imitador de Elvis. Es extraño porque a los imitadores de Elvis les encanta Donald Trump”.
Impredecible, durante los debates republicanos, Trump mostró sus maneras tempranamente. Un reportaje de BBC sintetiza y da cuenta de su modus operandi: “Insulta para desubicar a sus contrincantes, y así, además, oculta su desconocimiento sobre algunas materias. Lo recordará bien su contrincante Jeb Bush, cuando, en medio de los debates de las primarias republicanas, presentó un elaborado discurso para criticar a Trump, quien simplemente le endosó el devastador apodo de ‘low energy’ (baja energía). Bush nunca se recuperó”.
Durante su campaña, entre otros caramelos, declaró que “en temas de salud y de mujeres, no habrá nadie mejor que Donald Trump”. Esta última bravata, cortesía del mismo autor de tuiteos como: “Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su marido, ¿qué le hace pensar que va a satisfacer a Estados Unidos?”.
A propósito, en Texas, Trump compró un lugar llamado Greenhouse Spa, conocido por sus expertos en envoltura en barro, drenaje linfático manual, reflexología, shiatsu, masaje hawaiano con piedras calientes, exfoliaciones, masajes con sal de mar, aromaterapia y acupuntura. Al parecer, el concepto de bienestar de Trump hunde sus raíces en la creencia de que la exposición durante periodos prolongados a las jóvenes y excepcionalmente bellas empleadas del spa genera voluntad de vivir en la clientela masculina. En consecuencia, Trump limita su rol al derecho de veto en contrataciones clave.
Mientras recorrían el spa junto a un periodista de The New Yorker, Trump le presentó a “nuestro médico en residencia, la doctora Ginger Lea southall”, quiropráctica recién egresada de la universidad. “Cuanto estuvimos lo suficientemente lejos para que Ginger no nos escuchara —escribe el periodista—, le pregunté a Trump dónde había estudiado. ‘No estoy seguro —respondió. ¿La Escuela de Medicina de Baywatch? ¿Te suena? Seré franco, cuando vi la foto de la doctora Ginger, no me hizo falta revisar su currículum, ni el de nadie más. Si estás preguntando si se pasó quince años estudiando en Mount Sinai, la respuesta es no. Y te diré por qué: porque al final de esos quince años de Mount Sinai, no la íbamos a querer ni mirar”.
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Todo parece ser un artificio en Trump, que asegura en varias de sus biografías que no bebe, ni fuma y que jamás ha probado una taza de café.
“Sería profundamente injusto decir que Trump miente todo el tiempo. Jamás me atrevería a sugerir que miente cuando está dormido. Por lo demás, es sabido que solo duerme cuatro horas al día”, escribió uno de sus biógrafos, el periodista Mark Singer.
Alair Townsend, ex vicealcaldesa de Nueva York, llegó a decir: “No le creería a Donald Trump, aunque su lengua estuviera notariada”.
Michael Bloomberg, fundador del servicio de noticias, exalcalde y la octava persona más rica del mundo según Forbes, también tuvo palabras para Trump en una convención demócrata: “Soy neoyorkino y reconozco a un estafador cuando veo a uno”.
Por si fuera poco, el candidato apoyado por el partido republicano también ha mostrado su propensión a explotar las grandes tragedias estadounidenses en beneficio propio. Le encantaba describir cómo vio el 11 de septiembre a “miles y miles de personas” expresar su alegría en la ciudad de Jersey, Nueva Jersey —sobre el río Hudson, frente al World Trade Center— mientras se derrumbaban las Torres Gemelas. Nueva Jersey es hogar de una importante población árabe. Varias organizaciones noticiosas investigaron y no encontraron absolutamente ninguna prueba que sostuviera la fantasía de Trump. PolitiFact, el observatorio no partidista del Tampa Bay Times, especializado en verificación de datos, designó a esta calumnia la “mentira del año” en 2015.
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En El arte de la negociación (Grijalbo), su primer libro, Trump se jacta de su predilección por la “hipérbole veraz… una exageración inocente, y una muy efectiva manera de promoverse”.
Para el magnate, hipérbole veraz no es un simple oxímoron. “Una pequeña hipérbole nunca hace daño”, dice en el libro, donde remata: “La gente quiere creer que algo es lo más grande, lo mejor y lo más espectacular”.
Según los datos de PolitiFact, el 76% de las declaraciones de Trump en esta campaña presidencial son falsas. Robert Slater, periodista que lo entrevistó para el libro No hay peligro en sobreexponerse (Financial Times Prentice Hall), explica que Trump utiliza el concepto “hipérbole veraz” para atraer la publicidad sobre sí mismo: “Mientras los demás venden, él vende y se vende, y es precisamente esta capacidad la que constituye la clave de su éxito”.
Tal vez por eso su vocabulario en los discursos está cargado de frases hechas y de superlativos y muletillas como: “Fantástico”, “asombroso”, “estupendo”, “increíble” y varios sinónimos de “enorme”.
Un biógrafo anotó que, como buen vendedor, Trump se especializa en simular intimidad en lugar de practicarla. Lejos de las multitudes, en conversaciones con periodistas, antepone la frase “es extraoficial, pero lo puedes usar”, lo que tiene tanto sentido como la taxonomía de sus bienes raíces: “Lujo, súper lujo, súper súper lujo”.
Lo cierto es que detrás de la efectiva publicidad del fanático de las películas de Jean-Claude Van Damme, y amigo de Sylvester Stallone y Clint Eastwood, está el hombre que entendió bien un par de asuntos: que los norteamericanos estaban hartos de sus políticos tradicionales y que necesitaban un enemigo. Así, su primer ataque público como candidato fue contra los mexicanos.
Pronto, las expresiones prejuiciosas y racistas que muchos norteamericanos decían solo en sus casas comenzaron a inundar los discursos políticos y las redes sociales.
Y el odio, como escribió el poeta Francisco Umbral, es contagioso.
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Otra muletilla habitual en Trump, casi siempre seguida de un rápido sacudimiento de cabeza, es créanme: “Construiría un gran muro, y nadie hace muros mejor que yo, créanme… Haría que México lo pague. Créanme, lo van a pagar”.
Antes de anunciar el polémico muro entre México y Estados Unidos, Trump argumentó: “Cuando México envía a su gente, no están enviando a los mejores. Ellos traen drogas, ellos traen el crimen, son violadores, y algunos, supongo, son gente buena”.
Para algunos ofendidos mexicanos como Jorge Ramos, presentador del noticiero de Univisión, Trump miente.
“El número de indocumentados mexicanos en Estados Unidos no ha aumentado. En 2014 hubo 140 mil mexicanos menos que en 2009”, argumenta el periodista en una conocida columna, “además, ¿para qué construir un muro si cuatro de cada 10 indocumentados llega legalmente a Estados Unidos con una visa, e incluso algunos arriban en avión? ¿Qué muro detiene eso?”.
Ramos cita un estudio del Pew Research Center de 2012, para explicar que la gran mayoría de los 33,7 millones de personas de origen mexicano que hay en Estados Unidos “no son narcotraficantes, criminales ni violadores. Al contrario, los 570 mil negocios de migrantes mexicanos en Estados Unidos generan más de 17 mil millones de dólares al año, según cifras del gobierno de México”.
Actualmente hay cercas y muros en aproximadamente 1.080 de los 3.185 kilómetros de frontera entre ambos países. El plan de Trump es extender el muro 2.066 kilómetros más a un costo de unos 20 mil millones de dólares.
The New York Times calculó que la construcción de cada kilómetro y medio costaría al menos 16 millones de dólares. Trump dice que obligará a México a pagar por la construcción del nuevo muro. ¿Cómo? Según Ramos, “imponiendo nuevos impuestos a los productos mexicanos y evitando el envío de remesas de Estados Unidos a México hasta que el gobierno mexicano pague”.
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Mary Anne MacLeod (1912), la madre de Donald Trump, nació en Escocia y partió a los 18 años hacia Estados Unidos, donde se casó con Fred Trump (1905), hijo de inmigrantes alemanes.
Melania Trump (1970), la modelo eslovena esposa de Trump, llegó a Nueva York hace 20 años. A horas de las elecciones, la agencia Associated Press reveló que Melania recibió más de 20 mil dólares por un total de 10 trabajos como modelo durante 1996, cuando se encontraba en Estados Unidos con un visado de turista, lo que es ilegal.
Ivana (1949), la primera esposa de Trump, también era inmigrante. Nacida en Checoslovaquia, se casó con Trump en 1977, pero se hizo ciudadana recién once años después.
En una de sus reuniones de campaña, Trump dijo que los 11 millones de inmigrantes indocumentados nunca votarían por los republicanos. “Más vale ser listo, y más vale ser duro. Ellos se están quedando con nuestros trabajos y más vale ser cuidadosos”, advirtió.
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La originalidad de la campaña de Trump se puede medir en su eslogan, “¡Hacer que América vuelva a ser grande!”. La frase se tomó directamente de la de Ronald Reagan en los años ochenta: “¡Let’s make America great again!” (“¡Hagamos que América vuelva a ser grande!”), solo que Trump le dio un toque nativista. Y los decodificadores lo convirtieron de inmediato en “¡Hacer que América vuelva a ser blanca!”.
En El show de Trump (Debate), el escritor Mark Singer explica que “la formulación puede sugerir que el absolutismo antiinmigrante y antimusulmán de Trump expresa, entre otras cosas, el deseo de una limpieza étnica en Estados Unidos. Aunque los edificios ‘Trump’, ampliamente considerados como refugios para la fuga de capitales extranjeros, siempre han sido populares entre la plutocracia no caucásica, con gusto por el súper lujo, entre la que se cuenta, sin duda, buena parte de la cleptocracia tercermundista”.
Lo cierto es que hay connotaciones aislacionistas en su discurso más político: “El tema primordial de mi administración será ‘primero América’”, dijo el hombre que adora almorzar pastel de carne con puré de papas, quien pretende, por ejemplo en su propuesta económica, reducir a un 15% el impuesto a las grandes empresas, castigar a las empresas estadounidenses con fábricas en otros países, y revisar tratados internacionales, como el NAFTA con México.
Según Trump, el plan permitirá crear 25 millones de nuevos empleos.
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“¿Saben para qué seré muy bueno? Algo en lo que nadie está pensando. Y lo haré muy bien. Lo militar. Soy el tipo más rudo —dijo Trump en un mitin—. Voy a reconstruir los cuerpos militares. Serán fuertísimos, poderosísimos y grandiosos”.
¿Su estrategia para derrotar a ISIS? “Los aplastaría con bombas. Simplemente aplastaría a esos putos”.
En el programa de entrevistas Hardball with Chris Matthews el periodista de MSNBC lo retó a asegurarle “al mundo entero” que no contemplaría el uso de armas nucleares en Europa. Trump respondió: “Yo… Yo no lo quitaría de la mesa”.
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Trump se libró el servicio militar en 1969, gracias a un certificado de incapacidad debido a una malformación del hueso del talón. Cuando un reportero de Iowa le preguntó cuál era el talón afectado, el hombre que toma Coca-Cola light a diario se quedó en blanco. Y después respondió: “Tendrás que averiguarlo”.
Como sea, Trump sentía que ya le había rendido un servicio a su país. Al recordar sus años de preparatoria en la Academia Militar de Nueva York, dijo: “Siempre pensé que formaba parte del ejército”.
“¿Se refería al mismo ejército del senador John McCain —pregunta Mark Singer con tirria—, antiguo aviador de la Fuerza Naval de Estados Unidos, gravemente herido en 1967 durante una misión en la Guerra de Vietnam, tras lo cual pasó seis años como prisioneros en Vietnam del Norte, dos de ellos torturado y golpeado? ¿El mismo McCain al que Trump descalificó lapidariamente: ‘No es un héroe de guerra’?”.
Se trata del mismo Trump que llegó a decir en una conversación con Howard Stern sobre los riesgos de las ETS: “Es asombroso. He tenido tanta suerte en todo eso. Hay un mundo peligroso allá afuera. Da miedo. Es como Vietnam. Es mi Vietnam personal. Me siento como un soldado grandioso y muy valiente”.
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Hay varios Trump: el adicto al hipérbole, que tergiversa por diversión y en beneficio propio; el experimentado constructor cuya atención al detalle asombra a sus socios; el narciso, cuyo ensimismamiento contradice, sin embargo, su mortífera capacidad para explotar debilidades de los demás; el aficionado al boxeo, que alguna vez fue promotor ocasional; el hombre a la vez resbaloso e ingenuo; calculador hábil, ciego, sin embargo, ante las consecuencias.
En su libro Así llegué a la cima (Aguilar), publicado hace más de una década, su escritor fantasma de turno lo presentaba así: “Primero ganó cinco mil millones de dólares. Después creó El Aprendiz (reality show emitido por NBC). Hoy es el titán de los bienes raíces, los concursos de belleza y el showbusiness”.
Hace veinte años, cuando era un corredor de bienes raíces que intentaba venderse a toda costa, Trump despertaba a las cinco y media de la mañana y se sentaba en su escritorio del piso veintiséis de la Trump Tower dos horas más tarde, luego de leer los periódicos.
En su oficina, Trump guarda una zapatilla del ex basquetbolista Shaquille O’Neal, una réplica del cinturón del campeonato mundial de peso pesado de Mike Tyson, un guante de Evander Holyfield y fotos junto a Madonna en una de sus propiedades.
Allí, además de ser vecino del actor Bruce Willis y el futbolista Cristiano Ronaldo, juzgó a alguna ex esposa frente a las grabadoras de la prensa: “Buenas tetas, cero sesos”.
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Alguna vez Trump llegó a decirle a un biógrafo: “No me gusta analizarme porque tal vez no me guste lo que encuentre”.
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Atento a las presidenciales en Estados Unidos, el escritor Mario Vargas Llosa habló de Trump en su última visita a Santiago. “Es un payaso”, dijo el Premio Nobel de Literatura hace solo unos meses, “para mí y para todo el mundo es un señor que dice payasadas, no hay ninguna responsabilidad en las barbaridades que dice. Ha dicho hasta las cosas más absolutamente infames contra los mexicanos. Dice cualquier cosa y, como resulta divertido por la convicción con que las dice, por el espectáculo que es él en todas sus presentaciones, ha ido capturando una audiencia cada vez mayor”.
Según el autor del ensayo La civilización del espectáculo, Trump “apela a los bajos instintos, a prejuicios raciales, a prejuicios religiosos. Entonces, es una forma de demagogia que nosotros estamos muy acostumbrados en América Latina, pero que en un país como Estados Unidos parecía algo muy marginal y sin embargo ha dejado de ser marginal. Ahí está el Partido Republicano con el problema más serio de su historia”.
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Poco o nada parece importar a Trump la opinión de la gente. Sabe que lo seguirán escuchando: “En realidad, no importa lo que escriban, siempre que tengas a tu lado una nalga joven y bella”.
En 2005, cuando el crítico literario Jeff MacGregor publicó una lapidaria reseña que mencionó a Trump, el magnate sí pareció interesado. A través de una carta publicada por The New York Times Book Review, respondió: “Hay quienes proyectan largas sombras y otros que deciden vivir bajo esas sombras. Cada quien en lo suyo. Están en su derecho de elegir”.
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A pesar de que Hillary Clinton comenzó la campaña como favorita, el próximo martes Donald J. Trump tiene opciones concretas de ser el nuevo presidente de Estados Unidos en la medida que las elecciones de ese país son indirectas. Es decir, los candidatos deben conseguir 270 votos electorales de un total de 538 repartidos por los cincuenta estados.
El viernes pasado, en un mitin donde Obama apoyó a la representante demócrata en Carolina del Norte, un manifestante interrumpió el discurso con una pancarta pro-Trump. “Está bien, está bien”, comenzó a hablar Obama.
“En primer lugar, vivimos en un país que respeta la libertad de expresión. En segundo lugar, este hombre luce como si hubiera servido a nuestro ejército y eso lo debemos respetar”, dijo el presidente.
Y agregó: “En tercer lugar, es un hombre mayor, y nosotros respetamos a nuestros mayores. Y en cuarto lugar, no abucheen… ¡Voten!”
Algo que no entiendo de los comentarios de arriba es lo siguiente…
El 50% aproximado de USA son retardados que no saben donde están parados y por eso votan a Trump??.
Es del todo imposible tener los negocios e intereses que tiene Trump sin ser un comerciante y negociador brillante. Un estafador no dura demasiado. Un mentiroso si. De hecho, la base de los negocios exitosos es la mentira. O necesitas un Iphone nuevo cada año porque es el más rápido hasta ahora hecho???. Tal vez esas proteínas envasadas te harán lucir tonificado en un par de semanas. O los cereales multi azucarados sean los desayunos sanos recomendados por nutricionistas que nos harán mantener una actividad diaria energética. Que tal los ciber monday´s que son los días en los que las tiendas se deshacen de inventarios antiguos u obsoletos y copan las capacidades que no han podido colocar a un precio mayor del que habrían tenido que venderlos de no existir este mega bodrio consumista??.
Trump es alguien a quien le importa un soberano rábano lo que opinen de el personas con las que no hace negocios. Es la característica de las personas exitosas. Se autovalidan, esto es, la única opinión sobre su persona que cuenta es la de ellos mismos.
Quieres tener a alguien así de presidente??.
Depende.
Como he aprendido durante mi vida, existen dos clases de líderes. Los que gestionan el cambio, y los que administran la continuidad.
No puedes tener en un momento de estabilidad y prosperidad a un gestor de cambios. No existe el espíritu de cambios y por lo tanto no se ve ni necesario ni deseable y puede desestabilizar los resultados, por experimentar sin ser requerido. Los administradores son muy afables, diplomáticos, generan consensos, hacen muchas reuniones y comités para tomar acuerdos y que todos queden contentos.
No puedes tener a un administrador, por competente que sea, cuando estás en un momento de crisis que requiere cambios urgentes. Te lleva a la quiebra aún más rápido. No tienen los talentos necesarios para esos momentos críticos. Los gestores del cambio son unos engreídos insufribles, tiranos y absolutamente contrarios a hacer nada que no sea lo que ellos quieren o estiman es lo adecuado y aprietan casi inhumanamente todos los recursos disponibles.
Si USA se encuentra en un momento crítico de su economía y sociedad, necesitas un gestor del cambio. Eso lo reconocen intuitivamente los americanos. Hillary es una administradora, mala, de la continuidad. Trump es un gestor, en veremos su calidad, del cambio.
La decisión es de USA.
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Trump...como buen empresario...busco muy bien en que diferenciarse y lo encontro en la economia de USA...para muchos americanos suena a musica que les digan que bajaran los impuestos y que habran mas pegas...y que los inmigrantes no la tendran tan facil. Hace años que no se veia una diferencia tan grande..y lo mejor han sido los debates en donde sangre corrio por todos lados.
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