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El diputado Pepe Auth ha sido víctima de las peores críticas por —a propósito de la acusación contra la ministra Cubillos— disentir de la opinión del sector del que, históricamente, forma parte.
Incluso el diputado Jaime Naranjo acaba de amenazar que seguirá el ejemplo de Greta Thunberg aunque no para evitar el colapso climático, sino para lograr que Pepe Auth abandone la vicepresidencia de la Cámara y sea así castigado:
Yo inicio hoy una campaña, a lo mejor solitaria —dijo—, como la inició en Suecia Greta Thunberg (…) Y no tengo ninguna duda, que al final de mi caminata por pedir la renuncia del diputado Auth, muchos diputados se sumarán a esta situación —concluyó emocionado.
El incidente es ridículo, sin duda (y el diputado Naranjo ya debe estar arrepentido de haber prometido imitar a Greta especialmente por eso de la caminata); pero también se trasunta en él un cierto estado de la cultura política que debe ser meditado.
Ese estado puede ser descrito como la cultura del rebaño.
Esa cultura, que se expande cada vez más y poco a poco en la esfera pública, consiste en subordinar al individuo al colectivo del que forma parte. El colectivo entonces no es un compromiso al que el sujeto adhiere en virtud de determinadas razones (que cuando se ausentan le permitirían apartarse), sino una realidad que lo subsume y lo anula hasta impedir que piense por sí mismo. Como si el colectivo fuera una entidad ontológicamente superior al individuo, se supone que este debe resignar su discernimiento individual cuando el colectivo, o sea la mayoría, le ordena que lo haga. Hay en esta cultura que lentamente se expande, la idea, que la mayoría, la asamblea, tiene una ventaja epistémica sobre el individuo, la creencia, evidentemente supersticiosa, que el colectivo es clarividente, que es capaz de ver realidades que el individuo, por tontería, egoísmo o interés, no es capaz de ver o advertir.
Ese espíritu, que se observa en la derecha y en la izquierda, pero que estos últimos días se manifiesta sobre todo en esta última, constituye una amenaza contra el valor de la individualidad.
La individualidad es la creencia de que en cada sujeto humano hay una fuente independiente de discernimiento, el origen de visiones sobre el mundo o la realidad que es irrepetible y que, sumada a otras visiones o puntos de vista, acaba enriqueciendo la vida. Es el ideal en el que creyeron Stuart Mill o Kant (este último dijo que la dignidad descansaba en la individualidad que, como era irremplazable, no tenía precio) y es, claro que sí, el ideal sobre el que descansa la totalidad de los derechos humanos. Si el individuo y su derecho a esgrimir opiniones sobre el mundo fuera reemplazable o un simple factor de la mayoría, una pieza más obligada a sumarse al mayor número ¿qué sentido tendría atribuirle un valor final?
Y la individualidad, desde luego, no es simplemente la soberanía del sujeto singular, sino también una forma de hacer valer la responsabilidad en este mundo. Solo cuando el individuo adopta decisiones, la responsabilidad existe. Allí donde todos adoptan un curso de acción, donde la mayoría, a mano alzada o como fuera, lo decide, donde la muchedumbre actúa, nadie es responsable y todos podrán refugiarse en el hecho que así fue decidido. Las personas suelen ceder a la tentación de dejarse acunar por la mayoría porque así se desproveen también de toda responsabilidad.
Pero hoy día se ha deslizado poco a poco —especialmente entre los más jóvenes, pero también en otras que ya no lo son, como el diputado— la creencia de que inclinarse frente al grupo es una virtud de generosidad, una forma de lealtad y de responsabilidad que ennoblece la vida y la política. Y ocurre que es justo al revés. Cuando se reclama como virtud una actitud borreguil y al margen de las razones se sostiene que apartarse del grupo es, en sí mismo, malo o torcido, se está en verdad dañando las bases del genuino diálogo democrático.
Por supuesto la política supone la capacidad de emprender acciones colectivas, pero ese tipo de acciones son valiosas cuando reflejan una convergencia de razones, no una simple adhesión grupal, temerosa frente a la mayoría. Bertrand Russell dijo alguna vez que el mejor regalo que le había hecho su abuela no era la Biblia, sino la frase que ella le subrayó: no sigas a la mayoría para obrar mal (Libro del Éxodo 23,2). La frase no dice que la mayoría siempre obre mal, sino que el deber del individuo es cerciorarse por sí mismo que no lo haga. No es pues la mayoría, sino la convergencia de razones lo que debe mover a la acción. La abuela le enseñó así que antes de seguir a la mayoría hay que pensar por sí mismo y actuar en consecuencia.
Por eso es de esperar que el diputado Naranjo —si su decisión es fruto de su discernimiento individual y no un gesto de sumisión al grupo al que Auth desafió— sea al menos fiel a su promesa de seguir el ejemplo de Greta, y se le vea semana tras semana levantando su cartel y reclamando la salida de Auth, aunque nadie lo siga en el esfuerzo.
Es increíble como estos pasteles progres apelan a la libertad individual a conveniencia.
La verdad es que el 45% de la población es de derecha, el 45% de la población es de izquierda y el 10% es libre pensador y son los que deciden las elecciones.
Por si nadie se acuerda, el SI en el plebiscito recibió el 45% de los votos para mantener a un dictador de derecha con poderes absolutos. Así de dura es esta clasificación.
Esta gente se está tomando las acusaciones constitucionales como si fueran algo que detona una declaración que no les gusta o infundada. Tal como los demócratas en USA con Trump.
Una acusación constitucional está diseñada para proseguir un notable abandono de deberes, o una traición al país. No para una declaración desafortunada, si es que lo es.
Para eso están los tribunales normales y una demanda por difamación.
No es una buena estrategia polarizar al país y tratar de cortar todas las iniciativas de gobierno solo por ser de derecha. Y eso es lo que están haciendo las izquierdas en todo el mundo. Especialmente en USA y parece que el resto lo está tomando como manual de operaciones.
Se supone que tenemos dos visiones complementarias que deben ir negociando las cosas para progresar social y económicamente. No dos visiones enemigas. Porque podemos terminar enfrentando al 90% de la población. Tal como el 73.
Pepe Auth hizo lo que debe hacer cualquier persona racional. Juzgar por los hechos y emitir su opinión respecto de estos. Que se supone es por lo que se les paga a todos estos zánganos de gobierno y congresistas. LEER las normativas o iniciativas que van a aprobar, informarse de las consecuencias y votar en consecuencia.
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