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Axel Kaiser
La prensa internacional – el Financial Times nada menos- nos ha bautizado como un perfecto exponente de mediocridad económica. Y no puede ser diferente con un gobierno y clases intelectuales inspiradas en una filosofía de la mediocridad, o lo que es lo mismo decir, de la igualdad.
La tesis central de esta filosofía es que nadie se puede destacar sobre otro sino se cumplen una infinidad de condiciones que el intelectual o burócrata igualitarista de turno determina. Si usted tuvo acceso a buena educación y es un profesional exitoso, por ejemplo, debiera sentirse avergonzado porque otros no tuvieron esa oportunidad. Es injusto, nos dicen los igualitaristas desde sus salones de lujo en los barrios altos, que a usted le vaya bien o a sus hijos les vaya mejor que a los hijos de otros. Después de todo ni usted ni sus hijos se merecen lo que tienen. ¿Acaso no han tenido toda la vida arreglada? Por eso es que hay que bajar de los patines a los que andan rápido y ponerlos en igualdad de condiciones con los más lentos.
Esa es la filosofía de Mediocristán: una en la cual el centro de la discusión gira en torno a cómo hacer para que algunos no se destaquen demasiado en lugar de ver cómo hacer para que todos se destaquen lo que más puedan sin importar las distancias entre ellos. De lo que se trata es de homogenizar, esto es, destruir la diversidad propia de toda sociedad pluralista usando como criterio igualador el abajismo. En Mediocristán la excelencia, la celebración del esfuerzo personal, de la disciplina, de la rigurosidad, del respeto por lo ajeno, de la resiliencia y en general de todas las virtudes clásicas que por siglos se han considerado esenciales para alcanzar el éxito, está prohibida. A nadie se puede exigir nada y todos tienen derecho a todo.
En Mediocristán el emprendedor exitoso que ha generado cientos de puestos de trabajo, pagado impuestos y provisto de bienes y servicios a sus conciudadanos es considerado un inmoral. El político o burócrata de carrera en cambio, que nunca ha tenido un trabajo de verdad en su vida y que ha puesto a sus redes familiares y clientelares a vivir del Estado, es decir del trabajo ajeno, ese es visto como el custodio del bien común y guardián de la moralidad nacional. Pero hay más.
En el país de la mediocridad debe condenarse el cultivo de los buenos modales, del orden y la belleza. Porque los buenos modales son capital social de élites que solo buscan diferenciarse del resto, el orden una obsesión autoritaria y la belleza un resabio aristocrático. Mejor rebajar todo al garabato, a la desidia, al pataleo y al feísmo, pues eso sí que está al alcance de todos, especialmente de esos jóvenes universitarios incapaces de articular tres frases coherentes y que están convencidos de que el resto de la sociedad les debe algo por el hecho de existir. Toda esta cultura de la mediocridad va arruinando a un país que tuvo la oportunidad de dar un salto sustancial y destacarse en una región mediocre. La Nueva Mayoría y su cultura abajista en realidad está logrando sacarle los patines al país completo, empeñándose en probar que Simón Bolivar tenía razón cuando antes de morir afirmó que América jamás saldría del caos primitivo y que lo único que se podía hacer aquí era emigrar. Y no hay que equivocarse porque lo que está ocurriendo en Chile en términos de deterioro generalizado está recién comenzando. Quienes creen que es cosa de apretar los dientes y aguantar tres años más y rezar porque no salga ME-O y su proyecto populista radical, se equivocan. En Chile ya se instaló una lógica cuyas proyecciones son claras: más Estado, más conflicto social, más problemas económicos, más desprestigio institucional y más desorden.
Como alguien ya observó, Chile va de jaguar a quiltro a un ritmo arrollador. Si uno se detiene a pensarlo con calma, es realmente para llorar ver en tanta gente esa determinación casi religiosa de arruinar lo que hemos alcanzado. Tal vez no lo logren del todo. Lo que es claro es que ya hemos llegado a Mediocristán.
Alguien que haya estado a cargo de gente puede dar fe de lo siguiente.
Jamás vas a lograr que alguien mediocre sea mejor en lo que hace con una influencia externa. Lo que intentan todos en las administraciones o gerencias es tratar de acompañar a mediocres con buenos o excelentes elementos en la esperanza de que se contagien los mediocres.
También sucede que dejan a los mediocres a cargo de los mejores recursos en la esperanza de que eso compense la mediocridad. Y en cierta manera “castigando” a los mejores con equipamiento o recursos mediocres porque de todas maneras van a lograr rendimiento.
Y ese es el gran error.
Se lidera con los mejores y dándoles los mejores recursos disponibles para que trabajen. Esa es la forma de tener equipos de alto desempeño que impulsan y “tiran” al resto de la organización.
Los equipos de élite funcionan de esa forma. Los mejores con lo mejor.
Al igual que la sociedad.
Las personas extraordinarias son las que impulsan el desarrollo de todo el resto.
Y la excelencia es una motivación interna. No es algo que se pueda entregar con educación curricular. A ningún nivel socioeconómico. O no existen profesionales de universidades y carreras de élite extremadamente mediocres???.
La única forma que existe de impulsar a una sociedad hacia niveles superiores es permitir que la gente extraordinaria desarrolle sus habilidades y talentos y que entregue el fruto de ello a la sociedad.
Es por eso que se debe intentar identificar y recompensar la excelencia y favorecerla con todas las garantías posibles. Porque es escasa. Muy escasa.
Así es la vida y la naturaleza. Intentar torcerla en ello no es solo realmente improductivo sino también bastante idiota.
La motivación correcta sería que todos quisiéramos llegar a los niveles de excelencia en distintos campos, no que todos fuésemos igualmente mediocres.
A nadie que juegue basquetbol le gustaría que Michael Jordan hubiese saltado los 40 cms que saltan todos o que su % de tiro fuera de 10% y que siempre arrugara en la finales. A todos nos gustaría llegar a los estándares que lo convirtieron en leyenda.
Lo mismo pasa en el ámbito profesional, económico y social. Si no tenemos a quien admirar jamás podremos empujar los límites personales para al menos intentar llegar a un nivel superior.
Esa es la enorme falla del socialismo y el marxismo. Intentar hacer algo con la sociedad que es anti natural y anti humano. Pensar que todos son iguales en el sentido que tienen las mismas motivaciones e iguales talentos es una presunción que no tiene ningún asidero lógico.
Como diría Gusteau.
No todos pueden ser grandes chefs, pero puedes encontrar a uno en cualquier lugar, incluso en los menos esperados.
Esa es la tarea de un gobierno al respecto. Identificar el talento donde sea que se encuentre y ayudar a convertirlo en excelencia.
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