En las últimas semanas, los estudiantes universitarios han protestado contra la excesiva carga académica, lo que abrió un debate sobre cómo mejorar las prácticas pedagógicas. Pero hasta ahora no se tenía mucha información sobre cuáles son los hábitos de estudio de los alumnos y cómo estos también pueden mejorar.
Esa incógnita es la que busca resolver la primera Encuesta Nacional de Evaluación del Compromiso Estudiantil (ENCE), instrumento patrocinado por el Consejo de Rectores (Cruch), que fue aplicado el año pasado en 7.383 estudiantes de cinco universidades de esa agrupación, y que revela, por ejemplo, que el 49,2% de los jóvenes de pregrado llega a las clases con frecuencia sin leer sus textos o hacer sus tareas.
La consulta también muestra que el 60,2% de los alumnos estudia 10 horas o menos a la semana fuera de clases, y que, al contrario, el 14,3% estudia 20 horas o más. Además, el 46,2% admite que no realiza nunca preguntas en clases, o que lo hace solo a veces, y que el 68,3% utiliza sus apuntes para estudiar.
La encuesta se basó en una de similares características que es aplicada por la Universidad de Indiana (EE.UU.), y fue adaptada a la realidad chilena por la U. Católica, U. de Chile y U. de Valparaíso, a las que luego se sumaron la U. de Playa Ancha y UC de Temuco. Así, fue aplicada en esos cinco planteles, y este año se sumarán otras cinco instituciones.
Inclusión estudiantil
Esta encuesta es la base sobre la cual estas universidades esperan mejorar sus prácticas pedagógicas. El vicerrector académico de la U. de Valparaíso, José Miguel Salazar, fue uno de los encargados de la medición y explica que se trata de una “foto” general del sistema, pero que cada institución tiene realidades particulares.
“Esto permite que las universidades conozcan sus datos, lo que les permite interpretarlos, porque antes no los tenían. Por ejemplo, se ve que la interacción entre profesores y estudiantes es poca (84,6% de los alumnos dice que nunca ha conversado con los docentes sobre su desempeño académico), pero es algo que ocurre en todo el mundo”, ejemplifica.
De esta forma, las universidades podrían “generar mentorías, por ejemplo, para trabajar con las tareas o las lecturas, o revisar qué otras cosas pueden cambiar. Hay harto espacio para que las universidades mejoremos”, dice Salazar.
La encuesta fue aplicada a los alumnos que ingresaron en 2015 y 2018, para tener una visión de distintas cohortes. Y entre otras conclusiones, revela que el 19,9% ha realizado ayudantías, mentorías o pasantías, y que el 55,6% plantea que sus profesores les entregan retroalimentación sobre sus trabajos.
La encuesta también indagó en la inclusión dentro del mundo estudiantil: el 87,7% de los universitarios dice que comparte con personas de otro nivel socioeconómico, el 77,7% comparte con personas de otras creencias religiosas, y el 78,8% establece relaciones con compañeros de otras posturas políticas. Por el contrario, el 52,3% dice que nunca o casi nunca comparte con personas de otros grupos étnicos y el 70,2% tampoco lo hace con extranjeros.
Horas psicológicas
En paralelo, las universidades siguen abordando el problema que genera la sobrecarga académica. Por ejemplo, la Universidad de Talca está generando desde marzo, en su sede en Santiago, una política preventiva de salud mental, en la que definió aumentar las horas semanales de atención psicológica.
La vicerrectora de Desarrollo Estudiantil, Isabel Hernández, explica que “hoy tenemos 12 horas semanales de atención por parte de una psicóloga para los estudiantes del campus de Santiago y en junio vamos a incrementar esta disponibilidad a 22 horas semanales, lo que va a permitir apoyar a los estudiantes para favorecer un adecuado proceso formativo”.
Y la Universidad Técnica Federico Santa María creó una Comisión de Salud Mental, que integrará a delegados estudiantiles. Teresita Arenas, directora de Relaciones Estudiantiles, explicó que pedirán a las federaciones estudiantiles que “definan a sus representantes, dando inicio al trabajo de la comisión, programado para la última semana de mayo”.
Es por esto que solo aquellos que tienen el talento y la disciplina para estudiar bajo alta presión deben hacerlo. Y eso se supone, o suponía, era la universidad. Bajar los estándares para incorporar a aquellos que no tienen el talento y darles la ilusión de que si, es un crimen. Para todos.
La misión es buscar el talento y la materia prima en todos los sectores y elevarlos hacia la excelencia y con ellos beneficiar a toda la sociedad. Y que todos paguemos por la oportunidad y privilegio de que si uno de nuestros hijos tiene ese talento, estudie gratis. Lo que no puedes hacer es transformar un estudiante mediocre en uno excelente y pretender que todos paguemos por eso igualmente. Vas a gastar tiempo y dinero que no tienes en gente que no va a aprovecharlo, porque no puede.
Diferente es una educación técnica, orientadas a entregar habilidades específicas, que son muy necesarias y pueden generar mucho más dinero que una carrera universitaria. Estoy seguro que un programador de PLC´s o tarjetas electrónicas muy bueno tiene el potencial de ganar mucho más dinero que un periodista o un sicólogo promedio.
Por eso es el estrés. Si no tienes el talento, la disciplina y la inclinación hacia el estudio para una carrera exigente, vas a verte sobrepasado. En los trabajos se suele conocer como el nivel de incompetencia. Nunca le das trabajos y responsabilidades a gente que no puede teóricamente con ellos. Van a estresarse y van a hacer un pésimo trabajo que además va arruinar sus áreas. Lo mismo con los estudiantes. Una carrera universitaria es un trabajo de tiempo completo, es decir, 8 a 10 horas diarias de dedicación, al menos. Y se nota en la estadística. Solo un 14% estudia 20 horas fuera de sus clases. Son ellos probablemente los que tienen la disciplina académica necesaria, y el interés en su carrera para ser merecedores de cursarlas. Todo el resto, en las inmortales palabras de Bonvallet, van a puro comer membrillos. Imprimir artículo
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