El Mercurio.com - Blogs : ¿El retorno de Bachelet?
"El anhelo de cualquier político no es volver al poder. Es convertirse en un ismo: una inspiración ideológica capaz de orientar la acción colectiva. Es probable que la expresidenta —la figura más relevante de la izquierda después de todo— abrigue esa esperanza".
Cuando la realidad presente agobia a los seres humanos, o el fracaso los deja sin conducta, un mecanismo de defensa casi automático consiste en recurrir a ese depositario de recuerdos y de gestos que Freud denomina “la novela familiar del neurótico”. Una ilusión retrospectiva borra entonces los malos momentos y colorea con brillos los mejores.
Es lo que le puede ocurrir a la centroizquierda.
Carente hasta ahora de un candidato que despierte entusiasmos o tenga ideas (el ideal es que tenga ideas y despierte entusiasmos, pero lograr ambas cosas es hoy día muy difícil), la izquierda está expuesta a la tentación de echar mano a los recuerdos.
Y el principal de ellos (se vio esta semana con la aparición de la expresidenta) es el bacheletismo.
Habitualmente, los ismos en política designan un puñado de ideas y principios asociados al nombre de quien los formuló y acabó impulsándolos. Así, el allendismo designó la idea que era posible transitar al socialismo sin pasar por la dictadura del proletariado; el pinochetismo, la convicción de que la dictadura era superior a la democracia si, a pesar de las violaciones a los derechos humanos, se mostraba más eficaz, y el bacheletismo, ¿qué significa el bacheletismo? Si hubiera que espigar las ideas que lo configuran, o si se prefiere, que lo configuraron, ¿cuáles serían?
Un vistazo a su quehacer y a sus discursos enseña que el bacheletismo se caracteriza por tres rasgos.
El primero es la idea que la izquierda durante la transición se tomó demasiado en serio eso de que en política hay que hacer de la necesidad una virtud. Al continuar parte del proyecto modernizador de la dictadura (esa fue la necesidad) se habría dejado seducir por una cultura tecnocrática y monetarista que la hizo olvidar los viejos ideales que configuraban su identidad (hizo pues de esa cultura una virtud). Esta idea brotó muy intensa a fines del primer gobierno de Bachelet y ya entonces se esgrimió como una explicación —retroactiva, como todas las explicaciones— del hecho amargo de haber entregado el poder a la derecha.
El segundo es su asociación con el feminismo en todas sus versiones. La idea que junto a la dominación de clase (que cualquier socialista detecta) existe otra forma de dominación que se erige en torno a la división sexual del trabajo, se cuela por todos los intersticios y acaba subordinando, de múltiples formas, a las mujeres.
Y el tercero es un diagnóstico acerca de la modernización de las últimas décadas que ve en ella un fuerte déficit de cohesión y de comunidad. En esto no solo hay un discutible diagnóstico sociológico (consistente en creer que los individuos necesitan tejer su identidad con vínculos sustantivos), sino sobre todo una cuestión, por decirlo así, valórica. Bachelet cree firmemente en la sociedad como una fuente de sentido para la vida individual. Así como hay quienes piensan en la Iglesia como indispensable para orientar la propia vida, ella piensa en la sociedad como un ente que moraliza y dulcifica la existencia. Hay una cierta religiosidad laica en esa convicción suya que se aviene perfectamente con su carisma que, como lo ha demostrado muchas veces, parece casi litúrgico.
Lo que cabe preguntarse es si esos rasgos que configuran al bacheletismo son suficientes para los desafíos del Chile contemporáneo.
Desde luego, podrían configurar un relato que encendería los ánimos y al menos ahorraría los bostezos con que amenaza Heraldo Muñoz; la fatal imitación de Aguirre Cerda que comienza a ejecutar Carlos Maldonado; la incomprensible porfía, envuelta en irrealidad, que exhibe Tarud, o la locuacidad, entrenada en meses de matinal, de F. Vidal.
Pero esos mismos rasgos no son suficientes para orientar al Chile contemporáneo.
Salvo el feminismo que hoy se expande por todos los intersticios de la cultura pública, los restantes no se acompasan con la realidad del Chile contemporáneo.
El rechazo de la cultura tecnocrática (ejemplificada en el recuerdo reprimido del papel de A. Velasco) funciona bien en momentos de prosperidad, pero parece un suicidio cuando la crisis arrecia; y los anhelos de comunidad y de vínculos tienen un aire de familia con el malestar que causa la individuación, pero no son el remedio para resolverlo. Es muy difícil pensar que un discurso de mayores lazos y cohesión moral (es cosa de mirar a los más jóvenes o las opiniones que se vierten cuando se insinúa solidaridad en las cotizaciones) interprete la forma en que las mayorías, apenas ayer proletarias, comprenden su propia trayectoria vital.
Y es que todos los ismos —el allendismo es el mejor ejemplo— casi siempre son el nombre de un recuerdo que el tiempo dulcifica, una reserva emocional para los días malos, más que la denominación de un proyecto capaz de orientar los que vienen.
Y el bacheletismo no escapará a ese destino.
Interesante.
Pero creo que están enmarcados los analistas políticos en las políticas de siempre.
No es el caso.
En Chile y en el mundo hay un hastío extremos manifiesto con la clase política.
Lo dicho desde hace muuuuuuuuuucho tiempo. Va a surgir un movimiento paralelo a las clases políticas tradicionales que va a tomar mucha fuerza, y en realidad es a lo que más temen los políticos de carrera.
Le temen a Trumps del mundo. Outsiders que los saquen de sus posiciones y los expongan.
No por nada Kerry en USA expuso en en el WEF la necesidad de erradicar el “trumpismo” o populismo, que significa evitar que la gente los vuelva a colocar en riesgo con un outsider.
Y probablemente sea nuestra única gran esperanza de recuperar el camino que traíamos por años y que se descarriló cuando los políticos de carrera se volvieron a sentir cómodos en sus gordos traseros pensando que nadie los iba a sacar de nuevo de su posición de privilegio.
La derecha es un poco más compacta ideológicamente. La izquierda es una bolsa de gatos que ahora les está pasando la cuenta toda vez que hay gente de centro izquierda que no se siente cómoda con los PC´s o FA´s.
Pero todos ellos conforman una casta política que se protege entre ella, no importa la tendencia.
Y tiene un 3% de aprobación.
De nuevo. El congreso tiene un 3% de aprobación. Y los muy cara de raja se presentan como constituyentes habiendo amarrado como siempre las elecciones para que sigan saliendo huevones apitutados que van a tener trabajo por dos años más.
No vamos a elegir un outsider porque sea lindo o maravilloso, simplemente porque odian a todo el resto que está en política. Y lo que pasó con la promesa del apruebo es prueba de ello.
Lo más probable es que comience acá un movimiento similar al de USA con Trump y que va a continuar.
CHILE PRIMERO. Que no es nacionalismo per se.
La gente se va a aburrir de montarse en todas las políticas buenistas progres de moda. Inmigración indiscriminada y dar todo gratis OUT. Llevar a cero las emisiones para darle en el gusto a los hippies progres haciendo mierda los costos especialmente de los transportistas…OUT…
Esas son las tendencias de los próximos años. Revertir el daño que los progres han realizado con sus mierdas propagandísticas a nivel mundial. Incluido el encerrar y destruir a todos por un bicho con 0,001% de mortalidad.
Especialmente con la crisis económica que viene en camino. Los buenismos son para tiempos buenos.
Y eso solo se puede hacer con outsiders a la política tradicional. Imprimir artículo
Ojalá este año es clave para encaminar bien el país..., y para elegir quizá no un presidente capo en todo, pero que este abierto a escuchar ideas que le propongan para hacer avanzar el país o no hundirnos tanto en un período dificil que será con esto de la agenda 2030, y ser un país que cuide los recursos o la plata de los fondos de pensiones y tener eso de colchon para evitar la agenda WEF, y caminar al desarollo...
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