“Todas las presidencias las tenemos en casa: yo, presidente del Congreso; mi cuñado, del Ejecutivo; mi sobrino, de la Audiencia. ¿Qué más podemos desear?”.
Así le hablaba Joaquín Larraín a José Miguel Carrera en los convulsos días de la revolución independentista.
Lo que era verdad en 1810, lo ha seguido siendo en los dos siglos siguientes. Los Larraín han sido parte de 63 de los 66 congresos del Chile independiente y, según una investigación del sociólogo Naim Bro Khomasi, han tenido 107 parlamentarios entre 1810 y 2018; casi tantos como los González (110). La diferencia, claro, es que por cada Larraín hay 95 González en Chile.
Dicho en otras palabras, las personas nacidas con el apellido Larraín han tenido 93 veces más probabilidades de llegar al Congreso que aquellas nacidas con el apellido González. Y si se apellidan Errázuriz, han tenido 89 veces más probabilidades de ser parlamentario que si se apellidan Rodríguez. Y de orígenes indígenas, ni hablar…
Esta brutal disparidad se ha morigerado con los avances democráticos, pero la cuna aún sigue pesando mucho: entre 1990 y 2018, según los datos de Bro, el apellido González fue el más representado en la Cámara, pero los Larraín fueron los más comunes en el Senado, pese a ser apenas el 0,023% de la población de Chile.
Basta echar una mirada a los inquilinos de La Moneda para sopesar la importancia de la cuna.
Desde 1990, los presidentes de la República han sido hijos de un presidente de la Corte Suprema (Aylwin), de otro Presidente de la República (Frei), de un embajador (Piñera) y de un general de Aviación (Bachelet). La única excepción es Lagos, hijo de un agricultor.
Con pocas excepciones, La Moneda ha sido reservada a una élite que, además, debe cumplir criterios estrictos: hombres (todos, excepto Bachelet), santiaguinos (todos los elegidos desde 1958) y mayores de 50 años de edad (todos desde 1952). La mayoría de los chilenos, en cambio, son mujeres, de regiones y menores de 40 años.
La historia de Chile recuerda el concepto de Schumpeter: la democracia no es el gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” que soñaba Lincoln, sino apenas una competencia en que ese pueblo opta entre una u otra de las élites en competencia. Así, tener las señales identificatorias de esa clase es requisito para ser admitido en el juego.
Pero esa lógica ha estallado en pedazos hoy.
Vivimos un momento populista, en que los ciudadanos se identifican como pertenecientes a un pueblo teóricamente virtuoso (“nosotros”), opuesto a una élite supuestamente corrupta (“ellos”). Ya no se trata de votar por delegación, por el mejor representante de “ellos”; ahora se vota por identificación, por uno de “nosotros”.
Y entonces los requisitos en el currículum para postular a La Moneda cambian por completo.
Si Gabriel Boric (35 años) gana las elecciones, será el Presidente más joven jamás elegido en Chile, además del primer sureño electo desde 1942. Si gana Sebastián Sichel (43 años), será el más joven desde Manuel Montt, en 1851. Y si gana Yasna Provoste, será la segunda mujer, además de tener ascendencia indígena y venir de Vallenar.
El árbol genealógico, antes investigado y lucido con esmero cuando se encontraban ancestros ilustres, ahora se esconde donde no vea la luz del sol. Antes había que probar que se venía de arriba; ahora hay que mostrar lo opuesto: las raíces en el Chile profundo.
Provoste lanzó su candidatura en un acto diseñado para exhibir ese origen: en su escuela de Vallenar, acompañada de su prima y su profesora del jardín infantil. Sichel ha hecho de su historia personal el elemento crucial de su candidatura; pocos podrían decir qué propuestas programáticas lo separan de la derecha tradicional, pero es su relato de vida el que marca esas diferencias. Boric lanzó su campaña en Magallanes, presentó su franja desde allí, e hizo de un árbol que mira al estrecho el símbolo más potente de su candidatura.
Provoste, Sichel y Boric dicen lo mismo: yo soy como tú, yo no soy como ellos.
Y esa es una estrategia indispensable, pero al mismo tiempo peligrosa.
Es que tener raíces en el Chile real no basta. Lo más relevante es que, al entrar a la élite a la que hoy pertenecen, esos candidatos hayan sido coherentes con el origen que reivindican.
Provoste ha tenido altos cargos públicos desde el siglo pasado, como gobernadora, intendenta, ministra, diputada y senadora. Sichel es el favorito de la élite empresarial que financia su candidatura. Boric pasó sin escalas de la política universitaria a cargos de privilegio en la política parlamentaria. ¿Es el presente de estos políticos coherente con la historia que nos venden? Al entrar a la clase dirigente, ¿han desafiado las injusticias, o se han convertido en cómplices de ellas?
Si la respuesta es la segunda, arriesgan el “síndrome Golborne”. Laurence Golborne armó su fugaz carrera política desde la épica del hijo de un ferretero de Maipú que había ascendido por sus propios méritos. Cuando se reveló que había usado su poder para repactar unilateralmente a clientes en Cencosud y abrir cuentas en paraísos fiscales, su carrera se derrumbó. Esos pecados se esperan de un miembro de la élite (Piñera fue elegido con un prontuario mucho peor), pero en uno de “los nuestros”, se sienten como una traición imperdonable.
Para ilustrar el cambio cultural en Chile, el sociólogo Eugenio Tironi recuerda la tradicional figura del “hombrecito”, ese empleado leal hasta la muerte con sus patrones, y la contrapone con la actual “rebelión de los mayordomos”, en que profesionales provenientes de la clase media usan su posición para empujar cambios, exponiendo y desafiando los trapos sucios del poder.
La historia política de Provoste, Sichel, Boric y los demás candidatos se analizará con lupa en los meses que vienen. Los electores deberán decidir si cada uno de ellos se ha convertido en un “hombrecito” del poder o si, en cambio, ha sido un mayordomo rebelde.
De ese análisis dependerá, en buena medida, quién llegue a La Moneda y quién quede en el camino.
Este gil en serio se cree sus huevadas. Y eso debe ser porque nunca ha estado en un trabajo corporativo de verdad peleando puestos ejecutivos y viendo como el resto también se los pelean.
Lo mismo que Tironi. Los hombrecitos de antes son iguales que los profesionales de ahora.
El 99% es igual en todas las épocas. El 1% es el que hace la diferencia. Siempre. Con ellos se lidera. Cualquiera que haya de hecho trabajado y comandado áreas productivas privadas reales entiende que solo una fracción muy pequeña del capital humano produce casi todo el output.
Pero…
Yep. En parte el progre favorito lo está comenzando a ver. Al fin. Después de un par de años de pensar que el pueblo virtuoso presa de una catarsis vandálica representa a la sociedad en general. Esto es una lucha contra el poder establecido y las castas políticas enquistadas. No contra la derecha o la izquierda per se.
Discrepo en lo de que es uno de nosotros lo que está vendiendo. No queremos que nos lidere uno de nosotros. Queremos un LÍDER que nos represente, y principalmente DEFIENDA.
Los conejos no necesitan un conejo mayor en medio de un nido de serpientes. Necesitan su propia serpiente.
Eso es lo que no reconocen los progres, porque son progres, que creen que todo el mérito es producto de una construcción social y que cualquiera puede ejercer cualquier rol en la sociedad. Incluido un conejo negociando en un nido de víboras.
NOP.
Necesitamos a los más despiadados hijos de puta de nuestro lado. No a progres cagones deconstruidos emos y llorones que no son capaces de terminar lo que empiezan. Como??
Quien sabe.
Hay que tener algo de suerte…
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