Las lluvias estaban largamente anunciadas. Llegaron las terribles inundaciones. La televisión se esmeró, como siempre, en mostrarnos los estragos de la “emergencia”. Las escenas más espectaculares se repetían hasta la saciedad, con algunas víctimas convertidas en comentaristas de planta, relatando una y otra vez su tragedia. Cabe esperar que se les haya recompensado por su impacto en el rating.
Corría agua, desde luego; muchísima. Puentes y carreteras cortados, personas y animales rescatados fílmicamente desde helicópteros, viviendas a punto de caer a un precipicio. Impresionante. Pero también se atisbaban otras cosas: ríos taponados por toneladas y toneladas de basura, y flotando sobre las aguas turbulentas, fluyendo hacia el mar, colchones, lavadoras, refrigeradores, muebles, hasta autos. Cualquiera, sin ser experto, notaba que muchas construcciones estaban ubicadas en lugares susceptibles de ser arrasados por una inundación, por leve que fuera. Sobre esto, sin embargo, los periodistas apenas se referían, ocupados en insistir en la cantinela de siempre: que Chile es muy sufrido; que sus habitantes estamos condenados a pasar de una emergencia a otra, del incendio a la inundación, y de esta al terremoto; que el apoyo de los municipios y del gobierno siempre llega tarde; pero no importa: los desastres ejercitan nuestra solidaridad, y como lo muestra la historia, siempre volvemos a ponernos de pie ante una indócil naturaleza.
En todas las temporadas el espectáculo es el mismo. ¿No será ya hora de dejar de lado los clichés, los eufemismos y las medias verdades?
Seguir hablando de “emergencias” carece de sentido. Ellas son sucesos y accidentes, según la RAE, y las inundaciones y los incendios no lo son: son la consecuencia, largamente probada y prevista, del cambio climático, el cual azota a Chile con especial intensidad. Sin lluvia en el verano, con temperaturas extremas y vientos, los incendios son inevitables. Y con lluvia en invierno, pero con temperaturas elevadas que impiden la creación de nieve, las inundaciones son también inevitables. ¿De qué emergencia o accidente estamos hablando?
A lo mejor las escuelas de periodismo ya lo hacen, pero en tal caso hay que intensificarlo: formar a los estudiantes en la comprensión de los desafíos a los que está sometido el planeta. Nadie mejor que los periodistas sabe que el encuadre crea la percepción. Por eso es tan diferente hablar de emergencias que de cambio climático o calentamiento global. Es lo que los medios deben hacer: explicar el fenómeno, cómo cambia el destino de la Tierra, qué podemos hacer para mitigarlo y adaptarnos a lo que ya es la “nueva normalidad”. Todo esto, con respeto, va más mucho lejos del proverbial empuje y solidaridad de los chilenos.
Se precisa también ampliar el foco. Él está concentrado en la agresión que brota entre humanos, pero se pasa por alto a menudo la agresión a la que sometemos cotidianamente a la naturaleza.
Hay que dejar la sensiblería de lado. Denunciar y castigar a los compatriotas cuya conducta profundiza impunemente las consecuencias del calentamiento global: es un “portonazo” contra el hábitat, realizado a plena luz del día. Quien lance escombros o basura en lugares públicos, aunque sea arguyendo que no hay puntos de acopio, tiene que ser perseguido. No podemos admitir que se siga construyendo en zonas amenazadas, para después, cuando sobreviene la catástrofe, llorar ante las cámaras pidiendo ayuda pública. Tampoco mirar con indiferencia cómo se continúa ocupando el territorio rural sin planificación ni fiscalización, volviendo imposible el manejo de desechos y la prevención y control de incendios e inundaciones.
“La naturaleza no es el desastre”, escribió hace unos días en estas páginas el ingeniero y profesor de la UC Rodrigo Cienfuegos Carrasco. Tiene razón. Lo calló seguramente por pudor: el desastre real somos nosotros.
Ok.
Tironi pasó de la categoría de lameculos del poder a la de wannabe psycho, Non stop.
Me revientan estos giles que se creen élites y se la pasan pontificando de que los humanos somos el problema, pero que otros asuman los costos de esas creencias huevonas. No ellos por supuesto. Y los wannabes como este pastel son los peores.
Este gil es un piojo resucitado, pero los reales psychos hablan estas mismas huevadas mientras viajan en jets privados, andan en gas guzzlers de 1 litro por Km y con mansiones en la orilla de playa.
No deberían dar el ejemplo si realmente creyeran sus huevadas?…
No estarían en la montaña más alta al interior de USA o Australia si realmente creyeran que el mar va a subir de nivel?…
O teniendo un solo hijo en vez de 7?…
O los sacrificios tienen que ser realizados por el ganado?…
En fin…
La cantidad de pendejadas que se despacha este gil…
Como es posible que en algún momento haya sido considerado como un político serio, y peor aún, inteligente?…
Solemos confundir viveza o chispeza con inteligencia. Estos giles son vivarachos para engrupir al ganado con sus huevadas y vivir de la estupidez de otros que los eligen y les compran sus cuentos.
Nada más.
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Viendo la foto pensé que el Rumpy había envejecido mal.
ResponderEliminar:) jajajajaaj
EliminarSe parece más al Miguel Angel de Luca, que inventó ese kung fu chileno Tsung Chiao...
EliminarTironi un tirano sistémico servil parte del negocio:
ResponderEliminarhttps://tironi.cl/que-hacemos/esg-empresas-y-derechos-humanos