@latercera
¿Está en problemas la República, presidente?
Creo que estamos frente a una gran crisis. Recién fui invitado por la Gran Logia de Chile a una actividad suya, los Diálogos Republicanos. El año pasado habían invitado a tres distinguidos políticos -Andrés Allamand, Camilo Escalona y Gutenberg Martínez- y los tres habían coincidido en que estábamos frente a una crisis política, pero no institucional. Las instituciones estaban funcionando, los fiscales acusando, los jueces fallando, el Parlamento funcionando… En consecuencia, la crisis era política, no institucional. Yo dije que si ese mismo debate se hubiera repetido este año, seguramente coincidirían en que la crisis ahora es institucional. No porque las instituciones hayan dejado de funcionar. Lo que pasa es que están perdiendo legitimidad. Y esto tiene que ver con la reacción de la ciudadanía ante la institución presidencial, ante el Parlamento, ante los jueces… Y no hablemos de los partidos políticos.
¿Se trata de una crisis más severa, entonces?
Creo que es la peor que ha tenido Chile desde que tengo memoria. Dejo aparte, por cierto, el quiebre de nuestra democracia el año 1973, cuando el país se dividió en dos. Hablo exclusivamente en términos de legitimidad. Quizás podríamos remontarnos al ibañismo, que llegó al poder con una escoba para barrer con todo. Ibáñez, lo sabemos, tenía su historia, había encabezado una dictadura y volvió al poder con una enorme votación. Pero, en realidad, la escoba que traía era básicamente para barrer con los 14 años de gobiernos radicales. Después de aquello, por lo demás, si lo vemos bien, el sistema político reaccionó. A los tres o cuatro años surgió la DC. Y por la misma época se reunificaría el PS, cuando se reencuentran los socialistas de Allende que habían estado contra el ibañismo con los socialistas de Almeyda y Salomón Corbalán, que lo habían apoyado. Fue una respuesta política. Se reordenó el escenario. No digo que con eso se haya resuelto la crisis o que eso nos haya inmunizado de terminar como terminamos el año 1973. Pero no hubo entonces una crisis de legitimidad. Hoy, me parece, la situación es distinta. Lo que hay acá es una crisis de legitimidad asociada a una crisis de confianza. La ciudadanía no está confiando ni en las instituciones ni en los actores políticos.
¿En ninguno?
Estamos todos cuestionados, cualesquiera sean nuestras posiciones y cargos. Es cosa de verlo. Las colusiones lastimaron mucho al sector privado. Es difícil no hablar de captura del aparato del Estado cuando en algunas reparticiones las jubilaciones se arreglan con mañas. La Iglesia, que era parte de la reserva moral del país, quedó golpeada a raíz de los abusos. Y no hablemos de lo ocurrido en el fútbol, justo cuando estábamos celebrando los triunfos de La Roja. ¿En quién confiar? ¿Desde dónde hay que comenzar a reconstruir? Se darán cuenta ustedes -le decía a mi audiencia en la masonería- que combatir la colusión, la corrupción, los abusos, los privilegios al día de hoy ya no es una agenda de derecha ni de izquierda, sino que responde a la necesidad de llamar a un gran encuentro nacional de todos -sí, de todos- para recuperar la confianza.
¿Cómo se hace?
Es lo mismo que me preguntaban en la Gran Logia. Mi respuesta es que quienes lo deben hacer son los poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo, los jueces. El gran maestre, el ex rector Luis Riveros, imaginaba que hace 50 años, ante una crisis así, se habría reunido el Senado para tratar con urgencia el tema y que, en esa instancia, habrían salido a opinar algunas de las mejores espadas del sistema político para generar alguna respuesta a la crisis y encontrar algún consenso. Es cierto. Eso ya no existe. Antes, en la hora de incidentes, se escuchaban planteamientos muy de fondo sobre el estado del país. Eran intervenciones macizas que hasta los adversarios, hasta los que no compartían ese punto de vista, celebraban. Que ese discurso se publique en extenso, pedían.
¿Está añorando el pasado?
No, estoy dando un dato solamente. La crisis es muy severa. Oí decir que tal vez el próximo Parlamento, que ya no será elegido bajo el sistema binominal, pueda resolver esto. Me parece atendible. Recuerdo lo que hicieron las cortes españolas cuando se autodisolvieron en plena transición, con Adolfo Suárez a la cabeza, planteando que la próxima legislatura iba a tener atribuciones para disponer de una nueva Carta Fundamental. Como en Chile no cabe la autodisolución, eso significa tener que esperar año y medio. Y yo no sé si el país aguanta año y medio con esta crisis. Lo cual no obsta a que se seguirá haciendo política del día a día, a pesar de la persistencia del complejo cuadro que yo veo.
De todos modos, el próximo Parlamento -elegido con otra mecánica electoral, bajo otras normas de financiamiento de las campañas- debiera tener mayor legitimidad.
Esperemos que sí. Por de pronto, van a estar mejor representadas corrientes políticas que tengan un 10%, un 15% del electorado, que ahora sólo accedían a la Cámara o al Senado sólo si alguien les hacía un hueco. Pero también es esperable que la dispersión será mayor. Supongo que las grandes coaliciones van a tratar de evitar eso yendo en una sola lista parlamentaria, que optimiza mejor la cifra repartidora.
En un país tan presidencialista como el nuestro, ¿no diría que la iniciativa ante una crisis de esta magnitud debe venir de la Presidencia de la República?
Bueno, algo se ha hecho. La Comisión Engel fue una respuesta para sanear la relación entre el dinero y la política. Pero no todas sus propuestas se han implementado y varias incluso se han desdibujado. Fue un buen paso. Habrá quienes crean que es poco. Es un asunto opinable. Poco o mucho, cada gobierno es como es.
Lo concreto es que seguimos en deuda en la parte política…
Es cierto que la crisis no se resuelve poniendo sólo un nuevo rayado de cancha en materia de dinero y política. De hecho, seguimos entrampados en problemas de captura del aparato del Estado por grupos de interés que pueden ser muy legítimos, pero cuya legitimidad termina cuando se hace a expensas del resto. Creo que en este plano tenemos tareas pendientes que hacer.
El problema es que aún queda año y medio de mandato…
Sin duda, por eso yo recordaba la experiencia de las cortes españolas. Los sistemas parlamentarios tienen una flexibilidad que el presidencialismo no tiene.
En estos 18 meses tendremos dos elecciones.
Efectivamente, la municipal ahora y la parlamentaria y presidencial el año próximo. De algún modo, esta circunstancia hace que el problema sea más complejo. Tenemos una crisis política. Tenemos una crisis institucional. Mi impresión -puede haber otras percepciones- es que no estamos frente a una crisis económica declarada. Sin duda que estamos creciendo menos de lo que podríamos. Pero no nos estamos hundiendo. En el plano político e institucional, en cambio, el riesgo es mayor.
Precisamente porque la ciudadanía lo percibe, y porque advierte un vacío objetivo de liderazgo, es que la campaña presidencial se está anticipando y tanto su nombre como el del Presidente Piñera comienzan a imponerse en la escena política, más allá de que efectivamente ustedes vayan a ser candidatos.
Yo lo pondría en los siguientes términos. En el caso de Piñera, pienso que incide mucho el hecho de que se acortara el período presidencial a cuatro años. Los presidentes perciben que les quedan muchas tareas pendientes y por eso tratan de volver. Aunque él diga que aún no lo ha pensado, somos varios los que creemos que él lo pensó incluso antes de abandonar La Moneda. Yo, en cambio, goberné por seis años y me fui con la sensación de que había sido suficiente. Las actividades que comencé a hacer después, pensando que los ex presidentes pueden ser figuras un poco molestas en el país, estuvieron enfocadas básicamente al exterior. Nada de lo que he hecho ha sido pensando en volver al poder.
Como quiera que sea, el vacío de poder existe.
Pereciera haberlo. Algo le leí tiempo atrás a Eugenio Tironi a este respecto. Efectivamente, el horizonte presidencial se ha adelantado. Y también es cierto que hay quienes creen que yo podría estar en condiciones de enfrentar la elección. Dicho sea de paso, la reducción del período presidencial se produjo en mi mandato. A mí me gustaban los cuatro años, pero con reelección. El ministro Insulza, que fue quien llevó las negociaciones, me dijo después que la idea de la reelección no tuvo ninguna acogida. Y que incluso muchos pensaban que era un traje a medida para mí. Yo, que siempre tuve claro que fui elegido por seis años sin reelección, mal hubiera podido repostular. Yo estaba pensando en reelección para el mandato siguiente, no para el mío, obviamente. Al final, la fórmula terminó en cuatro años sin reelección, con lo cual se hacía coincidir el mandato con la renovación del Parlamento, lo cual es positivo. Cuando eran seis años, sólo cada dos mandatos los presidentes podían partir gobernando con Congreso nuevo. Ibáñez, que comenzó a gobernar en noviembre, tuvo parlamentarias en marzo y sacó la mitad del Parlamento. Frei tuvo la misma suerte. Ni Alessandri ni Allende tuvieron esa ventaja. Pero esto es otra historia.
¿Cree que haya que esperar a la elección municipal para tomar su decisión?
Ciertamente, la elección municipal debiera clarificar algo el panorama. Pero no nos hagamos muchas ilusiones. La municipal clarificará lo que ya sabemos: que va a haber poco interés en votar. Lo cual nos va a confirmar aún más la crisis en que estamos. La falta de legitimidad va a quedar todavía más al desnudo. Imagínese que acuda sólo un 35% del padrón. No siendo yo partidario del voto voluntario, creo que no sería solución reimponer la obligatoriedad del sufragio. El voto no es para resolver una crisis de legitimidad. El voto obligatorio tiene otro fundamento, que descansa en que la sociedad tiene derecho a exigirle al ciudadano que destine tres minutos de su tiempo para expresar qué es mejor para la comunidad de la cual es parte. Pero esta elección no va a clarificar los temas de fondo. Los resultados -supongo- van a ocultar la baja convocatoria ciudadana. Las dos grandes coaliciones van a capturar una fracción muy relevante del electorado, entre el 80% y 90%.
De suerte que no cree que estemos yendo al esquema de cuatro cuartos como España.
Quizás vamos hacia allá. No digo que esté a la vuelta de la esquina. Eso no lo veremos en la municipal, donde las grandes coaliciones tienen mucho a su favor. Los incentivos para los partidos emergentes se van a dar en la parlamentaria, no en la municipal.
¿Vamos a tener una papeleta presidencial con muchos candidatos?
Desde luego. Fueron varios ya en la elección pasada, cuando la actual Presidenta corría con amplia ventaja. Ahora los incentivos son mayores. No es menor que la franja de televisión se reparta por el número de candidatos y no por la representatividad que cada uno tenga.
Volvamos a la pregunta del millón. ¿Qué va a decidir? Recientemente, usted abrió la puerta a considerar el tema.
De ninguna manera quise generar un hecho político. Sólo lo dije con la franqueza con que siempre hablo. Y en política la franqueza suele tener costos. Sí, lo tendré que pensar. Podemos conversar en marzo.
¿No será muy tarde marzo?
Si es tarde, entonces tendrá que ser poco antes. Hay que ver cómo evolucionen los acontecimientos. Yo prefiero esperar a que se decanten los hechos antes de andar haciendo conjeturas y supuestos.
Supongo que tiene a su familia en contra.
Sí, es verdad. No hemos conversado formalmente el tema. Mi familia consideró que con mi presidencia ya habíamos cumplido una suerte de servicio militar. Lo pasaron mal. A ninguna familia le gusta que a uno de los suyos lo traten mal cuando lo quieren un poco. Es duro para ellos entrar a algunas redes sociales muy populares -especialmente anónimas- donde a mí me atacan con saña.
Pero al lado de eso, no sólo en el PPD, sino también en otros partidos del bloque, su nombre tiene cada vez más peso.
Puede ser. Pero en estos temas yo prefiero pasar. No corresponde que yo comente lo que ocurra o deja de ocurrir en los partidos. No es lo mío. Yo siempre he pensado en el país y lo voy a seguir haciendo. Por eso, cuando lo considero necesario, digo o escribo algunas cosas. Sé que hay muchos a quienes no les gusta. Lo siento, pero igual lo seguiré haciendo.
¿Por qué?
Bueno, porque creo que es tan obvio lo que estoy planteando, que no requiero andar dando explicaciones. Aquí hay una crisis seria. Hay, además, una mutación de escala mundial de la cual -tengo esa impresión- no nos estamos haciendo cargo.
Como todo político experimentado, Lagos capta y dimensiona los riesgos generales para si mismo y sus pares mucho mejor que los más jóvenes, al menos en lo que a política se refiere.
Esto es un movimiento mundial contra la clase política tradicional, que se va a ir acentuando en la medida en que las condiciones económicas, y por ende sociales empeoren, particularmente en la ahora muy convulsionada Europa.
No por nada Trump tiene con indigestión a los políticos de carrera americanos. Es el resultado de este hastío mundial.
Hay una frase que lo define. La confianza es como la virginidad, sólo se pierde una vez.
Y toda la clase política la ha perdido. La única forma de recuperar esa confianza es con caras nuevas y que no pertenezcan al círculo político actual. Como aún no ha aparecido alguien que canalice eso en Chile, todavía tienen la impresión de que lo pueden arreglar desde adentro.
Tal como Hillary en USA que está recibiendo todo el apoyo del establishment. Incluso opositor. Están aterrados. Sobre todo ahora que están mano a mano con Trump. Y como reza el dicho, caballo alcanzado, caballo ganado. Si después eso se refleja en el congreso con los movimientos libertarios, estaremos ante una gran convulsión a nivel mundial. USA como suele suceder, marca la tendencia. O la lidera.
Cuando aparezca esa persona en Chile que canalice esta desconfianza generalizada, comenzará el calvario de los políticos tradicionales, y seguramente seguirán el mismo guion de lo que están haciendo los políticos de carrera americanos. Unirse todos contra el nuevo.
Y entenderán que ya no puedes contar y prometer tonterías una y otra vez sin cumplir nunca y pasar inadvertido hasta la próxima elección.
Está en problemas la república???
Si. Como forma de democracia, estamos a punto de llegar a la elección de seguir con representantes que finalmente no hacen nada más que velar por sus propios intereses transformando básicamente una democracia en una oligarquía, y finalmente en una tiranía, que es lo que termina sucediendo con todas las repúblicas, desde los tiempos de Roma, o evolucionar hacia una democracia directa, como lo pensaron los griegos.
Hay vientos de cambio. Ya era hora.