11 junio, 2023

“Ni en dictadura sentía que tenía que cuidar tanto mis palabras como ahora”

 

@ElMercurio

A veces se para, prende un cigarro y parece que hablara para sí misma. Si tuviera un stand up comedy ella sería la “vieja de mierda”, según sus palabras. Se dejó las canas hace un tiempo y acaba de pasar los 60, pero está muy parecida a la actriz de telenovelas y al rostro del “No” que recuerda la gente. Aunque lo que hoy la ocupa es ser guionista. Después de quince años, volvió —junto a Luis Ponce— a hacerse cargo de la escritura de “Casados con hijos”, serie protagonizada por Fernando Larraín y Javiera Contador que entre los años 2006 y 2009 se convirtió en la sitcom más vista de la historia de la TV chilena y que en marzo de este año volvió a la pantalla de Mega.

Pero claramente es otro Chile. Y también es otra Luz.

Está sentada en el segundo piso de su casa, cerca del San Cristóbal, donde vive con su marido hace años. Los tres hijos ya no viven ahí. Abajo, el arreglo de la cocina tiene un pequeño caos. Hay recuerdos y fotos, libros y gatos.

“Me gustaría hacer un programa de humor político”, cuenta después, “donde nos podamos reír de lo que está pasando, analizarlo desde otros puntos de vista, pero aparentemente, el horno no está para bollos. Una lástima, porque el humor es lo que nos recuerda lo tarados e imperfectos que somos los humanos”.

Tanto tiempo callejeando, parando las orejas, la ha dejado traducir lo que ve a guiones. O simplemente pensar, deducir. Admite que no entiende mucho lo que está pasando. Por eso quizá cuesta convencerla de que hable. Porque no le gusta lo que ve.

—¿Hay espacio para hacer humor en una serie como “Casado con hijos” en el contexto de hoy?

—Hay espacio, pero con cambios en el formato, en el tono y el lenguaje. No está fácil. “Casado con hijos” era, por naturaleza, una serie súper incorrecta. Se reía del cliché de la familia bien constituida y de esa sociedad exitista que dividía el mundo entre winners y loosers. Se reía del consumismo y del arribismo y nadie se ofendía. Ahora la “gallá” está demasiado disponible a ofenderse por todo.

—¿En el Mega de Ricardo Claro tenía más libertad que ahora?

En el Chile de hace quince años había más libertad que ahora. El miedo a la funa tiene tomado al mundo occidental. Se supone que estamos en la era de la inclusión y la diversidad y, sin embargo, campea la intolerancia. Las opiniones sinceras son casi siempre pa' calla'o. Es demencial, pero ni en dictadura sentía que tenía que cuidar tanto mis palabras como ahora.

—Pero quizá ahí se sentía del lado correcto de la historia. ¿Ahora el miedo no es a quedar fuera? ¿A la funa intelectual?

Lo que está amenazado ahora es tu reputación. Un paso en falso y tu trayectoria, tu carrera, se van a la cresta. Eso no es humano. La cultura de la cancelación es satánica y no entiendo en qué nos beneficia… ¡Somos todos imperfectos! No existe la superioridad moral. En mi opinión, nadie tiene derecho a ofenderse. Somos todos una manga de vacunas.

—Usted decía siempre que para hacer TV había que mirar la calle. ¿Hoy la TV le tiene más bien miedo a la calle?

—Y con toda razón, acuérdate de que para el estallido hubo gente que quería incendiar los canales. Esa rabia incendiaria nos tiene achunchados. Los adultos no tienen autoridad, todo se ha infantilizado. Este nuevo puritanismo laico pseudoprogresista no ayuda en nada a entender las complejidades de la realidad que estamos viviendo.

“Los jóvenes quieren saber menos”

En febrero de 2019 Luz tuvo un derrame cerebral. Era el 1 de febrero y había 38 grados. Se sintió mal y partió caminando desde el café donde sostenía una reunión a la clínica. Pasó un mes internada y cuenta que quedó casi sin secuelas. Pero fue un período a ritmo lento cuando Chile entraba a un modo frenético.

—¿Cómo vivió el estallido?

—Ese año fui un observador a distancia y mi lectura de ese momento no la comparte nadie, así es que lo más probable es que esté equivocada… y sesgada…

—¿Por qué sesgada?

—Haber participado en la campaña del “No” y derrocar al dictador sin miedo y sin violencia era motivo de profundo orgullo para una pinche actriz como yo. Y, de pronto, no eran treinta pesos, eran treinta años. Eso me golpeó. Pero más allá de los sesgos emocionales, a partir de ese momento, todo se terminó de enredar y todavía nos estamos ladrando.

—Ya, ¿pero cuál es su lectura del estallido?

—La promesa incumplida del chorreo cobró venganza. La codicia necesitaba regulación y la derecha estiró ese chicle hasta que le explotó en la cara. Pero saltarse los torniquetes, saquear, vandalizar, incendiar iglesias y museos, ¿qué tiene que ver con construir una país más justo y más digno? Es cierto que el gobierno de Piñera no tuvo ninguna capacidad de gestionar la crisis, pero también es cierto que esa multitud de gente cruzando la ciudad a pie, tratando de volver a sus casas sin transporte, resignada y avergonzada por haber comprado la promesa del chorreo, no fue capaz de detener la destrucción y las pérdidas oculares. Prefirió vestirse de Pikachú y buscar el aplauso de los niños de la “primera línea”.

—¿Fue una derrota generacional?

—Por cierto, pero hay que considerar que el humano no es adivino y la aparición de internet modificó bruscamente la trayectoria que se dibujaba cuando cayó el muro de Berlín. El abismo entre las generaciones pre y posinternet es inmenso. Las preguntas existenciales de unos y otros no conversan entre sí. Somos muy diferentes y no nos entendemos. Todo el mundo me dice que esto siempre ha sido igual, pero en este recambio generacional veo particularidades preocupantes de las que nadie quiere hablar.

—¿Como cuáles?

Como que los jóvenes quieren saber menos. Quieren omitir partes de la realidad, en vez de comprenderlas para poderlas modificar. Esto de reescribir la literatura clásica, porque el racismo, machismo o sexismo de otros tiempos me ofende es francamente imbécil. Lo mismo que cancelar a Neruda o Picasso, porque están llenos de defectos o porque violaron normas que no existían en su época. Eso es querer saber menos, es limitar el conocimiento a lo que puedo asimilar fácilmente. Evitan analizar lo que consideran “problemático”, prefieren acolchar la realidad a punta de dirigir el vocabulario y borrar lo que les incomoda. Pero como su intransigencia nos intimida, no les paramos el carro. Nadie se atreve a decirles a los hijos: mira, cabro de mierda, me he sacado la cresta por ti y exijo respeto. Nosotros la cagamos el día que decidimos que la autoestima era más importante que la autonomía. Y el resultado son estas generaciones de gente frágil, que no resiste un mal rato, que parte de la base de que son más importantes que el resto y de que el mundo les debe. Yo los encuentro muy contradictorios. Hablan con indignación de que les entregamos un mundo contaminado, pero no se despegan del celular ni un segundo, les da lo mismo la cantidad de energía que consumen y la contaminación que producen los servidores. Hablan mucho de la empatía, pero si no eres víctima de algo, entonces eres un privilegiado y no mereces la menor empatía.

—¿Por qué hay tanto miedo a la fragilidad de los jóvenes?

—Como que no saben que uno tiene la capacidad de gobernarse. La angustia, la pena, la fragilidad, el miedo, la insignificancia, el pánico son parte de la vida. No son una enfermedad mental. Son momentos que pasan, que todos cargamos y que no son esquivables. Hay que aprender a lidiar con eso.

—En 2017, en una entrevista sobre tener 50 años, dijo: “No quiero estar obligada a encontrar que los jóvenes son fantásticos, que los hombres son pelotudos”. ¿Es lo que habría que encontrar hoy?

—Yo siempre me consideré feminista, pero ahora si no encuentro que el hombre es un macho violador que hay que castigar, como que no califico. Si no considero que todos los empresarios son corruptos y explotadores, tampoco califico de socialista. Si no hablo en inclusivo estoy discriminando a las disidencias. Todo esto me parece el colmo. Yo no discrimino a nadie. Hay gente buena y mala en todas partes, en todos los estratos, en todas las generaciones, culturas y en todas las sexualidades. No me jodan. Ni los jóvenes son iluminados, ni las mujeres somos unas blancas palomas, ni todos los migrantes son delincuentes. Podríamos estar celebrando lo mucho que hemos avanzado en paridad, por ejemplo, ¡pero no! Estamos demasiado ocupados castigando a la “gallá” que todavía no se adapta a los cambios culturales. Estamos viviendo cambios vertiginosos; necesitamos calma y misericordia para tener las conversaciones que nos faltan. El tema de la identidad ni siquiera está en la palestra. Y aunque sea doloroso, es clave.

—¿Doloroso porque no queremos mirarnos?

—Creo que nos da plancha reconocernos como una sociedad capitalista y salvajemente consumista. Pero la verdad es que todo lo traducimos a plata. La dignidad, la justicia, la libertad, la paternidad responsable, etc. No queremos refundar el país, ni estatizarlo todo, eso es mentira. Queremos sueldos justos y gastarnos la plata como se nos dé la gana. El Chile que se expresa en el voto secreto votó en contra del proyecto refundacional. ¡Dos veces! ¿Por qué no podemos tener una conversación honesta al respecto? ¿A qué le tenemos tanto miedo?

—En 1988 el casi 45% que obtuvo Pinochet se atribuyó, en parte, a la situación económica de ese entonces. Era —en esos análisis— como un dato de la causa. ¿Cree que había más desprejuicio para mirar esa parte nuestra?

Tal vez les tenemos más miedo a los niños inquisidores que a la Iglesia y a la dictadura, no lo sé. Lo que sé es que a casi cuatro años del estallido y ad portas de un segundo proceso constituyente, todavía no sabemos qué país queremos ser, cuál es nuestra identidad. Nos convoca más la discusión sobre el pasado que la conversación sobre el futuro. El abismo generacional crece y crece; la izquierda y la derecha se pelean como niños en un balancín eterno. Y la desigualdad sigue donde mismo.

—Pero ahora que está tan de moda hablar del péndulo, ¿no siente que hay cierto cansancio, asfixia?

—El péndulo se lo está comiendo toda la humanidad, lo que pasa es que en Chile lo estamos viviendo con poco amor y cero humor. Con una radicalización histérica y ridícula. Todo medio forzado, con mucho énfasis en separar las sílabas, pocas preguntas y mucho juicio.

  • “Yo siempre me consideré feminista, pero ahora si no encuentro que el hombre es un macho violador que hay que castigar, como que no califico. Si no considero que todos los empresarios son corruptos y explotadores, tampoco califico de socialista”.


Estoy impresionado…Particularmente viniendo de una actriz en el medio más progre posible.

No mucho que agregar. Probablemente ahora será considerada una nazi facha por los ultra progres.

De esta centro izquierda es la que hablo que tiene que volver a surgir, y que fue a la que engrupió la izquierda allendista por 40 años.

La razonable. La que quería volver a la democracia y construir sobre lo que había y no destruir todo para refundar.

Cuando llegue, y sea creíble, y esté completamente alejada del octubrismo y allendismo, comenzará un nuevo ciclo político en Chile.

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2 comentarios:

  1. Parece que no le toco una embajada o buenos puestos, pegas, pitutos como a su amiga di-girolamo. Igual bueno el analisis que hace. Estamos en la dictadura progre y nadie se ha dado cuenta.

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  2. Aunque esta centro izquierda no es progre, paradójicamente, son los padres que dieron nacimiento a los Progres actuales....

    La historia del hijo rechazando a su padre por considerarlo arcaico, se vuelve a repetir.

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